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Bartolomé Pérez Gálvez

Indignante pobreza

Lejos de disminuir, la extensión de la pobreza en España se mantiene estable aunque su intensidad llega a ser más severa. No varía sustancialmente el número de personas en situación de pobreza o de exclusión social, pero sí disminuyen sus recursos económicos. En otros términos, los pobres son aún más pobres y no hay indicios de que esta tendencia se modifique a corto plazo. Así lo manifiestan los últimos informes que se han presentado con ocasión del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, que se conmemora mañana. No es una jornada de celebración. En absoluto.

Es obligado llamar la atención sobre esta vergonzosa y cruel realidad. En cualquier comparación, la pobreza convierte en insignificante a la inmensa mayoría de los problemas a los que, en el día a día, otorgamos una importancia más destacada. Sin embargo, nadie mueve ficha. Con un par de acciones de relativo impacto mediático -frenar temporalmente un desahucio o financiar algún material escolar-, hay quien cree haber dado un golpe decisivo a la pobreza. O, cuando menos, intentan convencernos de ello. Cierto es que toda piedra hace pared, pero esta es demasiado grande como para alzarla con tan poca cosa. Y, a la vista de los datos más recientes, no están los tiempos para esperar mucho más.

La Red Europea de Lucha contra la Pobreza y Exclusión (EAPN) confirma que seguimos siendo uno de los países más pobres de Europa. Un 22% de los españoles viven bajo el umbral de la pobreza. Los datos no hacen referencia a un pasado remoto sino al año 2015, evidenciando que la situación es endémica o estructural, como gusten en calificarla. Por estas tierras superamos ligeramente la media nacional: uno de cada cuatro valencianos se encuentra en esta situación. Y un 8% vive en una pobreza extrema, con ingresos inferiores a 332 euros mensuales. Sin embargo, el interés de la sociedad española se mantiene ajeno a esta realidad, tal vez en un intento inconsciente por no afrontar nuestra incapacidad para resolverla.

Este país necesita refundarse sobre una base más sólida -y solidaria-, dentro de una globalización mucho más competitiva y exigente, para la que no parece que estemos preparados. Y dudo que sea posible construirlo con una pobreza que afecta, en especial, a los más jóvenes. Aquí mismo, en nuestra tierra, el Observatorio de Investigación sobre Pobreza y Exclusión en la Comunidad Valenciana nos indica que la renta de los jóvenes valencianos ha disminuido en un 30% durante los años de la crisis. El problema se agrava considerablemente con ese 22,8% de españoles, de edades comprendidas entre los 15 y 29 años, sin oficio ni beneficio. Si a estas edades se pierde todo vínculo con la formación y el trabajo, parece evidente que nos encontramos ante una considerable cantera de pobres, con difícil solución en el corto y medio plazo. Hay que ser necios para no prever el escenario y mezquinos para no evitarlo.

Lamentos al margen, es evidente que la situación debe cambiar de manera urgente. Da la impresión de que ningún partido político quiera sacar a relucir esta indignante realidad. Por obra u omisión, todos ellos tienen alguna responsabilidad en la cronificación del problema. Desde los populares a los socialistas, pasando por los partidos emergentes, comunistas reconvertidos y populistas antisistema.

De todos, sin excepción, es obligación afrontar el asunto de la pobreza en España. Buen inicio sería empezar priorizando esta lacra social por encima de otras necesidades y, de igual modo, favorecer el consenso en aquellas políticas que se encuentran en las raíces del problema: educación, empleo, vivienda o pensiones. No es caridad, que ya debiéramos tener superados los tiempos del auxilio social. Se trata de derechos no materializados; en otros términos, del incumplimiento de lo que la comunidad debe ofrecernos por ser parte de ella. Con pobreza no somos país, pero tampoco respetamos nuestra propia naturaleza humana. Coincidamos en que, al menos en esto, debiéramos ser mejor que los demás animales ¿O vamos a imponer la selección natural, como en el resto de las especies?

Cuando falta para comer, tener un techo o estudiar, de poco sirve recordar derechos. Suena obsceno hablar de ellos cuando se incumplen reiteradamente. Aquellos que con tanto frenesí desean abrir el melón constitucional, tal vez debieran empezar por cumplir los deberes pendientes ¿Por qué no denuncian también estos incumplimientos, indudablemente más trascendentes? Supongo que el artículo 35 de la Constitución, que recoge el deber de trabajar -sí, deber-, es de igual cumplimiento que cualquier otro. Digo yo que, si por hacer caso omiso a este artículo no se impone sanción alguna al propio Estado, tampoco debería existir castigo por no pagar impuestos, obligación que contempla el artículo 31. Podrán tacharme de demagogo y argumentar que son derechos inalcanzables. Si es así, me pregunto para qué diablos siguen vigentes en la Constitución. Deróguense y, al menos, nos liberaremos un poco de tanto fariseísmo.

O no saben o no pueden. Se echan en falta políticas coherentes, decididas y, sobretodo, consensuadas. Sobran, por el contrario, los discursos utópicos o conscientemente hipócritas. Ni revolución ni narices, que aquí todo sigue igual. Solo un punto más de confrontación social pero sin aportar soluciones a las necesidades más perentorias. Me dirán que los culpables son otros y que las cosas cambiarán. La realidad es cruda: nada cae del cielo de manera espontánea. Hay que trabajárselo. Y cuando los gobiernos están atentos a otros asuntos, es evidente que no cabe esperar ningún cambio estructural que modifique la situación. Porque se trata de eso, de cambiar el fondo y no solo las formas -que, por cierto, siguen siendo las mismas- o la apariencia. Es necesaria una confluencia de esfuerzos, en favor del interés del común. Muy a nuestro pesar, no se trata de una de las virtudes que caracterice en mayor medida a los políticos españoles.

En fin, la pobreza nos manifiesta la indignante deshumanización que viene sufriendo la sociedad. Un concepto -el de humanizarnos- que parece mantenerse ajeno a los idearios políticos. Recuérdenlo.

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