Cuando yo tenía trece o catorce años mis primas y yo, para poder salir en pandilla con chicos en verano, teníamos que darle un tinte trascendente a la cosa, porque de otra manera no recibíamos la preceptiva autorización de nuestros abuelos. De ahí nuestra afición a las misas, en las que cantábamos con nuestros amigos acompañados de guitarras, y en las que vivimos momentos divinamente transgresores que nos hacían reír hasta las lágrimas, como cuando cambiábamos apóstol por aborto en la letra de una canción previa a la consagración. En el banco del muro de la iglesia, acabada la misa, podíamos cantar Blowing in the wind de Bob Dylan a dos voces, saliéndonos del pentagrama si nos daba la gana. Se ve que oí de pasada la noticia de la concesión del Nobel a Dylan y creía que le habían dado el de la Paz, porque me parecía coherente con el contenido de su militancia pacifista. Así que cuál fue mi sorpresa cuando me enteré de que no, que era el Nobel de Literatura lo que le habían concedido. Y, al margen de mi estupefacción inicial y reconociéndole todo el mérito como artista, pensé que los académicos suecos son un pelín frikis y eso no es de ahora, porque lo de Obama fue cien veces más incomprensible y me temo que profundamente condescendiente con su raza, pero no puedo por menos que alegrarme de este reconocimiento por la niña que fui y en el fondo sigo siendo, aunque literatura, lo que se dice literatura?

Lo que considero valioso es de la visión que tuvo Dylan con esta canción, que dice verdades como puños como ésta: «¿Cuántas veces puede un hombre volver la cabeza y pretender que no ve?». Es una frase de una inteligencia y una profundidad inmensas, porque efectivamente no hay más ciego que el que no quiere ver. Y además podríamos aplicarla a infinidad de situaciones de nuestra vida pública, como por poner algún ejemplo a las fortunas inexplicables de algunos políticos, a las tarjetas black, o a los modos de financiación de algunos partidos. A veces suceden cosas que en el fondo sabemos que están ocurriendo, aunque no dispongamos de la información. Lo saben nuestras tripas. Lo que pasa es que no queremos verlas, porque nos sentimos mejor así. Esto entre otras cosas creo que es lo que pretendía explicarnos Dylan con su canción. Y, pensándolo bien, igual hay decisiones más erradas que la de concederle este reconocimiento, porque al menos nos ha hecho pensar con sus letras, algo de lo que sistemáticamente huimos.