Los primeros años del franquismo fueron los más duros. Un año después de haber terminado la Guerra Civil española había en España 240.000 presos políticos acusados de haber cometido un único delito: adhesión a la rebelión. Aquellos que habían defendido la legalidad constitucional fueron encarcelados en campos de concentración o fusilados por haber luchado a favor de una rebelión que no secundaron. Fueron las tropas nacionalistas las que se alzaron en armas contra el orden constitucional utilizando la fórmula del golpe de Estado; no al revés.

Hubo una posguerra cruel en la que la represión se ejerció de varias maneras: fusilamientos, largas condenas de cárcel, depuración en el ámbito de la Administración y robo de miles de bebés de presas republicanas por parte de la Iglesia Católica. Fruto de ello se extendió la idea -entre un sector amplio de la sociedad- de que el silencio, la sumisión y el hecho de vivir en un constante miedo eran el precio que había que pagar a cambio de una cierta paz. Una amnesia colectiva que no impidió que la represión generase grandes beneficios económicos para los vencedores mediante la expropiación de bienes y dinero de los vencidos, otorgando un trato de favor a las viudas de combatientes nacionalistas y a sus hijos y adjudicando las plazas libres de la Administración -sobre todo en sanidad y educación- a los partidarios del régimen franquista.

Durante el periodo conocido como la autarquía -que se extendió hasta finales de los años 50- hubo una hambruna de la que casi no se ha hablado en España. Silenciada por una dictadura cruel, reaccionaria, basada en la corrupción y en los privilegios de la clase partidaria del régimen, la hambruna mató a 200.000 personas como consecuencia de la ineficacia de una política franquista que trataba de imitar al nazismo alemán y al fascismo italiano. Asimismo hay que recordar la actitud de la Iglesia Católica entre los años 1939 y 1959 por mucho que algunos traten de que se olvide. Además de que no tuvo un solo gesto de reconciliación, la jerarquía católica echó la culpa de la existencia de la pobreza a los propios pobres mientras se aprovechaban de los vencidos de la mano de Franco. No fue hasta los años 60 cuando un sector de la Iglesia -reunido en la HOAC- empezó a condenar tímidamente las condiciones en que vivía una parte de la población. Recordemos que en 1970 un tercio de los españoles vivían muy cerca o por debajo del umbral de la pobreza.

¿Y en Alicante? ¿Cómo fue la autarquía? Aunque la propaganda franquista trató de justificar el atraso de la economía española por la Guerra Civil y el aislacionismo europeo, la realidad es que en la provincia de Alicante apenas hubo destrucción de empresas por efecto de los bombardeos. Tampoco se arrancaron cultivos como se aseguró. El puerto, las carreteras y los medios de transporte quedaron dañados pero fue una desastrosa política económica la que desaprovechó las ventajas que pudo haber tenido la Segunda Guerra Mundial para España y que originó un gran atraso. No hubo malas cosechas ni falta de mano de obra: unas equivocadas medidas proteccionistas fueron las culpables de la falta de materias primas y de bienes equipo que retrasaron el progreso técnico, motivaron productos de baja calidad y una estructura empresarial minifundista. El mal llamado milagro económico español no fue más que el resultado de una mano de obra barata y domesticada tras el asesinato de los dirigentes sindicales de la Segunda República unido al dinero conseguido gracias a la emigración y , tiempo después, el turismo. En realidad, como consecuencia de la desastrosa política económica del franquismo, España no recuperó el nivel económico de 1936 hasta los años 60 y ello a pesar de que en Alicante los jornales en 1952 eran la mitad que en 1936. Los efectos económicos de la autarquía continuaron durante décadas persistiendo hoy en día los problemas de miseria y criminalidad que tuvieron su origen en aquellos años.

En una sociedad donde se humillaba lo diferente y en la que se extendieron los castigos físicos se hicieron grandes fortunas en Alicante a costa de que la población pasara hambre, de la explotación laboral y de que se impusiese la idea de que los jóvenes debían abandonar los estudios para subsistir. Al caminar por la calle si se escuchaba el himno falangista había que pararse y saludar con el brazo en alto so pena de recibir una paliza. En 1941, año en el que centenares de combatientes de la República se vieron abocados a practicar la mendicidad para subsistir, el gobernador civil de Alicante prohibió su práctica. En 1942 prohibió a las parejas ir abrazadas por la calle y en 1948 se impuso la obligatoriedad de usar albornoz al salir de la piscina. La oscuridad había llegado a Alicante.

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