La musicología española moderna arranca con el compositor y estudioso catalán Felipe Pedrell (1841-1922) y el nacionalismo que abanderó. Aun proclamando lo contrario, este movimiento promovió una imagen orientalista del país, imagen generada con anterioridad por autores europeos inspirados en España. Las piezas que siguen del ruso Mikhail Glinka y los franceses Emmanuel Chabrier y Claude Debussy, son ejemplo de ello; músicas que respondieron en su momento a las exigencias de exotismo del público europeo, al cual estaban dirigidas.

El Capricho brillante sobre la jota aragonesa de Glinka delata el propósito promocional de la venida a España del compositor en 1845. Si bien el autor aseguró que había transcrito la pieza por la fuerte impresión que le causó su descubrimiento, dicha jota era uno de los bailes españoles mejor conocidos en Europa en esa época. El ruso vino a nuestro país a descubrir un folclore que probablemente ya conocía. Escuchar la jota en España aseguraba la autenticidad, lo cual satisfacía la demanda de exotismo de sus audiencias parisinas.

Chabrier nos visitó cuando el filón musical ibérico ya era internacionalmente reconocido. De todos modos, componer música de cariz hispano en 1882 era todavía una buena manera de hacerse con el aplauso del público galo. El francés se acerca a nuestro folklore dando suma importancia al color y desarrollando sus complejidades armónicas y melódicas. La pieza orquestal España presentada como fruto de su viaje cautivó a una audiencia que demandaba la exageración de las convenciones estéticas propias del género. Mientras que Glinka había tenido que asegurar la autenticidad, Chabrier tuvo que componer una música «más española que la española».

Debussy ignoraba por completo el contexto musical español. Habiendo solo visitado nuestro país para asistir a una corrida de toros en San Sebastián, en Soirée dans Grenade se atrevió con los atardeceres de Granada. Manuel de Falla y Federico García Lorca vieron en esta música una apropiación no exótica de nuestra música popular. Así lo comentaba el poeta:

En la tierna y vaga Soirée en Grenade [sic] están acusados todos los temas de la noche granadina, noche dibujada y destruida al mismo tiempo, donde brillan las enormes púas de niebla clavadas entre los montes y tiembla el admirable rubato de la ciudad, bajo los alucinantes juegos del agua subterránea.

A pesar del entusiasmo lorquiano, la pieza respira una atmósfera orientalista forjada por medio siglo de música europea sobre España. Soirée dans Grenade es la segunda de una colección de tres, titulada Estampes. La primera, Pagodes, evoca un escenario del lejano oriente; la tercera, Jardins sous la pluie, un melancólico jardín francés. La música europea del XIX había fabricado una imagen tan elaborada de la música española que la descripción granadina de Debussy fue considerada fiel y objetiva incluso por el poeta más auténtico de la ciudad, aunque fuera completamente imaginaria.