Me he pasado media vida buscando la verdad y observo, apenado, que ésta no existe, que cada cual alberga la suya y no son extrapolables. Ni religiones, ni ideologías, ni decisiones empresariales. No existe.

Dicen que la subjetividad nunca alberga la verdad. Los partidos políticos se han convertido en un cúmulo de subjetividades interesadas. Y hablo de su totalidad: de los que, con nuestros votos gobiernan y de los que aspiran, también con nuestros votos, a gobernarnos. Alguna buena gente insiste en que soy de izquierdas, no me comprenden ni yo insisto en demostrar nada. Lo que me repele, lo que me eriza el alma, es esta derecha aflautada, triste y caducada, heredera del franquismo, que no sabe ni desea estar con el débil. Poco importa su currículum, odian sin pudor alguno a la izquierda. No toleran al diferente a ellos. Esta derecha y solo ésta, es la que sacude mis principios. Por supuesto y afortunadamente, no toda la derecha es así. Como no tolero a la izquierda intolerante, cada vez más sectaria, que no admite más verdad que la suya.

La insensibilidad que hace falta para regocijarse del triste espectáculo del PSOE, una fuerza política que, como el ave fénix, recuperará su esplendor. Mientras tanto, sus cicateros barones, torpes egoístas ansiosos de poder, han sacado toda su artillería para una cruenta guerra civil. Son tan obtusos que se empeñan en destruirse entre ellos por una porción de poder y no explotan la debilidad de su adversario: un poder basado en la corrupción y compuesta por miserables palmeros ansiosos de un puesto de salida en cualquier carguito, mientras un juez les exige una fianza de 1.200.000? por supuesto blanqueo de dinero con el riesgo de embargar su ennegrecida sede. Son los verdaderos aliados de las fuerzas financieras. A Mariano se le ve encantado. Encantado de haber propiciado una España más pobre y desigual que cuando con inalcanzables promesas alcanzó el poder. Encantado de no ver que España se desangra lentamente por las enormes desigualdades sociales que padece con sus medidas.

Pero lo que nadie entiende o quiere entender es que gobierne quien gobierne, salvo una izquierda radical que pocos desean, todo seguiría igual. Europa se ha convertido en un granero derechista que presta dinero y nos impone su derechización. Mucho volteo ha de dar la situación para recuperar el bienestar que Europa nos hurtó con la fuerza que siempre tienen los cicateros prestamistas. Tienen toda la artillería mediática a su lado y sus disparos son certeros y efectivos.

¡Qué vienen los radicales! Nos amenazan. Y yo me pregunto qué será mejor, si que lleguen los radicales o no poder llegar a fin de mes o que te desahucien de tu casa o que no puedas adquirir medicinas imprescindibles. Recuerdo en la transición que la amenaza era la llegada de los comunistas y ¿qué pasó, aparte de colaborar en la consolidación de la democracia? Abramos las mentes que a nadie le van a expropiar alguna propiedad. Ahora me explico tanta cuenta en Panamá: Qué vienen los radicales, debieron pensar?

Porque, además, ¿cuántos partidos de izquierda hay? A la izquierda no le hace falta emplear el clásico divide y vencerás, se dividen ellos por su arrogancia y falta de visión de la realidad. Solo Izquierda Unida ha aceptado inmolarse en el «Unidos Podemos» con Alberto Garzón haciendo de niño bueno y maltratado al que hay que ayudar y que va a conseguir mayor tajada y rédito político de este maremoto, porque es simpático, listo y con audacia. El Unidos Podemos con Pablo Iglesias, y solo es una opinión que van confirmando las encuestas y la lamentable realidad, en caso de unas terceras elecciones va a adelantar a un descafeinado Partido Socialista que ha perdido su antigua grandeza. El resto, un verdadero galimatías que ni ellos saben descifrar, un sindiós, un tótum revolútum mientras la derecha se regocija, con Mariano y los suyos. Hoy votar a la izquierda implica haber realizado todo un máster de despropósitos. El esperpéntico espectáculo de Ferraz tardará en cicatrizar y exige de un estudio muy complejo.

Definitivamente, la duda siempre me ha asaltado. No sé si soy de izquierdas. Es muy elevado el concepto que tengo de esta ideología y creo que no doy la talla como tampoco la dan muchos de sus hipotéticos votantes y, sobre todo, militantes, verdaderos oportunistas buscones de un buen acomodo.

De lo que sí estoy seguro es que no soy de esta mezquina y absurda derecha que no ve más allá de su ombligo y que es incapaz de reconocer la concatenada corrupción que está recorriendo toda España, amparándose como los avestruces en los manidos ERES. Que, pese a todo ello, les siguen votando. Y es que por encima de los hechos consumados y probados, está la libertad de expresión y de elección.

Ya digo, un continuado despropósito que hace replantearme muchas opciones. Una, tan alejada como triste: dejar de creer en esta democracia corrupta. Pero no, es solo un calentón por el desafortunado motín de Ferraz.

¡Dios, qué pena!