Durante la campaña del «Brexit» en el Reino Unido, Theresa May, la recién estrenada primera ministra, se mantuvo bastante al margen. Pero la semana pasada durante su primer discurso como primera ministra en la Conferencia Anual del Partido Conservador en Birmingham, mandó un mensaje claro y duro: la victoria a favor del «Brexit», es un tren que no va a volver a pasar, «una oportunidad para cambiar el curso de la historia de nuestra nación para siempre». Las leyes, dijo, a partir de ahora se harán en Westminster, Gran Bretaña se saldrá para siempre del Mercado Único, pero se mantendrá dentro de su Unión Aduanera. Y puso como fecha de inicio de las negociaciones como muy tarde marzo de 2017.

Continuó su discurso poniendo un pie en el terreno populista y anti inmigración del UKIP, dirigiéndose a las clases obreras que habían sufrido el paro y la bajada de sus sueldos echando la culpa a la «inmigración de baja calidad», y otro pie en el campo del Partido Laborista atacando la corrupción de los bancos y las elites ricas, prometiendo subidas de salarios mínimos por ley y obligando a las empresas a tener representantes de los trabajadores en los Consejos de Administración. Es decir, pescando votos del UKIP que está en descomposición y del Partido Laborista que se hunde cada vez más, con un líder James Corbyn muy querido por las bases muy de izquierdas, pero odiado por sus compañeros de partido, porque cada vez menos gente le vota (igual que en España el PSOE): ¡Ay, si Margaret Thatcher levantara la cabeza!

Al día siguiente, 6 de octubre, François Hollande en París, mandó un mensaje claro a Gran Bretaña: han decidido irse, y han optado por el «hard «Brexit» (la salida «dura»). «Bien, pues cumpliremos con sus deseos, y negociaremos con firmeza su salida. Porque si no lo somos pondríamos en peligro los pilares fundamentales de la UE». Que se basa en cuatro libertades fundamentales: la libre circulación de mercancías, de servicios, de trabajadores y de capitales. A estas declaraciones se unió Juncker, presidente de la Comisión Europea y presente en la reunión de París, diciendo que no se puede estar con un pie dentro y con otro fuera. Todo parece indicar que las negociaciones van a ser a cara de perro. La UE se juega su existencia en este envite, y Gran Bretaña mira con nostalgia su pasado imperial. Para ellos, el continente va a perder un aliado fundamental. La City de Londres, tiembla, y la libra esterlina sigue hundiéndose. ¿No era la economía la que dictaba a la política? A veces, la historia se encarga de recordarnos que no siempre es así.

Estos son los tiempos que vivimos. Populismo de derechas, de izquierdas, respuestas fáciles a la crisis buscando enemigos externos, respuestas irracionales que harán sufrir mucho más a la gente a medio plazo. Y cinismo a raudales para sacar tajada del momento, proponiendo división en vez de unión. Pero también es una oportunidad para reforzar Europa. El siglo XXI no está escrito, pero el borrador se está perfilando ahora.