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Bartolomé Pérez Gálvez

Vender humo en Salud Mental

La atención a la Salud Mental no tiene visos de mejorar. Por más que pasen los años, siempre será la Cenicienta del sistema sanitario y de servicios sociales. Se esperaban cambios, de la mano de quienes se presentaban en la política con el objetivo de «rescatar personas». Sin embargo, no parece que la realidad vaya a modificarse en gran medida. Empieza a evidenciarse que, una vez más, las promesas se quedaron en agua de borrajas. O en humo, que es lo que siempre se acaba por vender.

La huelga de los trabajadores de la Asociación de Familiares de Enfermos Mentales de Alicante (AFEMA) vuelve a poner en evidencia el maltrato que, desde la administración autonómica, recibe este sector. Un año más se acumulan los impagos y los servicios ofrecidos vuelven a verse afectados. Concluida la vigencia del contrato para gestionar el Centro de Rehabilitación e Integración Social (CRIS) de Alicante, la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas no ha sido capaz de convocar un nuevo concurso en lo que va de año. Simple ineficacia administrativa pero no busquen responsables del desatino porque, como de costumbre, no los encontrarán. Mientras tanto, AFEMA sigue gestionando este centro público sin disponer de un contrato que les ampare. Cada mes se generan 60.000 euros en «facturas de cajón», esas que fueron justamente recriminadas a gobiernos anteriores. Más de lo mismo.

En la conselleria que dirige Mónica Oltra, se escudan en que la deuda no es tan elevada como la que llegó a alcanzar el ejecutivo de Alberto Fabra. De acuerdo, la jodienda será menor, pero los trabajadores llevan cuatro meses sin cobrar. Y eso es lo que debería importar. Como también habría que preocuparse por los 1.500 enfermos mentales que son tutelados por la Generalitat Valenciana y llevan ocho meses sin recibir las prestaciones con las que deben pagar su estancia en residencias. Hijos de la administración autonómica que son abandonados por esta. Ni a unos, ni a otros, les sirven las comparaciones entre gobiernos sino el cumplimiento de las obligaciones contraídas con ellos.

Uno de los mayores problemas de la atención a la Salud Mental en la Comunidad Valenciana es la descoordinación administrativa. Desconozco las razones por las que se mantiene la división de competencias entre dos consellerias. En la Generalitat no dan el brazo a torcer, por más que la unificación bajo un mismo órgano ejecutivo es una de las históricas reivindicaciones del sector. Una reclamación que no conlleva gasto alguno e, incluso, podría generar cierto ahorro. Pero ahí siguen, dejando la atención sanitaria en un lado y la rehabilitación en otro. La experiencia de los gobiernos anteriores -tanto populares como socialistas- evidencia que este modelo no permite desarrollar políticas integrales de Salud Mental. Al final, poco es lo que se transmite desde el sufrido papel a la compleja realidad diaria. Mucha teoría y poca práctica, un cóctel perfecto para jugar con las expectativas y las necesidades de los distintos colectivos afectados.

Han transcurrido doce meses desde que la Conselleria de Sanidad eliminara el Servicio de Salud Mental de su organigrama. Cierto es que no era gran cosa, pero menos da una piedra. En aquel momento, la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (FEAFES) recordó que se trataba de la primera comunidad autonómica que prescindía de este servicio. Para frenar la desconfianza de las asociaciones de enfermos y familiares, se prometió una Oficina de Salud Mental que sería autónoma en su funcionamiento. A fecha de hoy, el reglamento orgánico y funcional de la Conselleria sigue sin contemplar ninguna unidad administrativa dedicada específicamente a la atención de la Salud Mental. Me cuentan que alguien, desde Valencia y sin rango jerárquico alguno, convoca reuniones en nombre de una Oficina que debe ser tan fantasma como la Perla Negra de Jack Sparrow. Lo que no consta en la normativa, sencillamente, no existe. No hay que darle más vueltas.

Con todo, Sanidad ha puesto su oferta encima de la mesa. Una propuesta a medio camino entre el milagro de los panes y los peces, y el cuento de la lechera. El Consell pretende cambiar la atención a la Salud Mental con la incorporación de 61 trabajadores en el próximo cuatrienio. La idea es grotesca, tratándose de una comunidad con una plantilla que a duras penas alcanza el 50% de lo aconsejable por distintos organismos y sociedades científicas. Tan rácana es la propuesta que la Plataforma de Salud Mental ha solicitado que se aparque -«no tiene ningún tipo de compromiso», aseguran- y se empiece por cumplir el Plan anterior «porque en ese sí había cifras». En honor a la verdad, cifras que tampoco se vieron plasmadas en realidades plenas, aunque el balance superara, con creces, la miseria que ahora se plantea.

Contextualicemos el dato que, según el Observatorio de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN), equivaldría a un triste incremento del 3% respecto a la plantilla actual. De ahí que solo un milagro o una expectativa desaforada, permitirían pensar en grandes cambios con esta minucia. En concreto, el refuerzo prometido se compone de 15 enfermeros, 10 psicólogos, 6 psiquiatras, 10 trabajadores sociales, 12 auxiliares de enfermería y 8 terapeutas ocupacionales ¿Esto es todo lo que va a crecer la atención a la Salud Mental en los próximos cuatro años? Pues vayan olvidándose de más camas, menos lista de espera, mayor tiempo de dedicación al paciente o una mejor oferta psicoterapéutica.

Mientras tanto, la asistencia sigue deteriorándose. La consellera Montón da a conocer que las consultas se han duplicado en los últimos cinco años. Supongo que será consciente de que se han atendido con los mismos recursos. No es posible seguir creciendo con los mismos mimbres, ni aun con el añadido de esa mísera dotación. Basta con bajar al día a día para observar las enormes desigualdades territoriales. Nada se ha dicho de los tiempos de espera, de la indignidad de algunas instalaciones, de las carencias formativas o de las arbitrarias dotaciones de personal. No es tiempo de airear planes, reuniones y protocolos, sino de aportar medios. De jornadas, programas y demás parafernalia dirigida a obtener titulares de prensa, vamos sobrados. Como de palmeros, por cierto.

Así seguimos, legislatura tras legislatura. Vendiendo humo. Poco más.

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