El golpe de Estado palaciego que han protagonizado los barones del PSOE para desbancar a su secretario general, Pedro Sánchez, junto al lamentable espectáculo que se vivió en la sede de Ferraz hace unos días, retransmitido en tiempo real por los medios de comunicación, ha añadido descrédito a la política y a unos partidos que en España atraviesan sus horas más bajas desde la Transición. Pero sin duda, también ha sumergido al Partido Socialista en una profunda crisis cuyas dimensiones son difíciles de calibrar, aunque todo apunta que de efectos devastadores. Ahora bien, el PSOE lleva tiempo viviendo una huída hacia delante, ajeno por completo a los múltiples dilemas que atravesaba desde hace tiempo, acumulados en su cámara magmática hasta que explotaron como lava de un volcán con todo su poder destructivo de la mano de los llamados barones, dirigentes territoriales descontentos que han querido hacerse con el mando de un partido que consideran suyo.

Sin embargo, el PSOE arrastra diferentes crisis de una importante magnitud que, con el paso del tiempo y su falta de abordaje, se han cronificado, paralizando su capacidad de acción política (como estamos viendo estos días) y produciendo daños estructurales en el conjunto del partido que en modo alguno se resuelven con un simple cambio cosmético de personas, como algunos pretenden transmitir.

El primer y más importante dilema tiene que ver con su identidad ideológica, con las propuestas socialdemócratas que ofrece, así como con su posición ante la crisis económica y el avance devastador de las recetas neoliberales que reducen derechos y desmantelan servicios públicos. Desde hace tiempo, la socialdemocracia no comprende adecuadamente los cambios que el proceso de globalización generaba en aspectos clave como la solidaridad, el trabajo, el Estado, los servicios públicos o la fiscalidad. Todo ello se puso patas arriba con el inicio de la gran crisis global en 2008, que el PSOE fue primero incapaz de reconocer y después, cuando ya fue demasiado tarde y se le acumulaban los errores, se limitó a aplicar las recetas económicas liberales que desde las instituciones internacionales más ortodoxas nos exigían. Hasta tal punto que el expresidente Zapatero y sus ministros de Economía vaciaron ideológicamente el PSOE, aproximándolo a la derecha hasta llegar a aprobar, de tapadillo y con el apoyo del PP, la vergonzosa reforma del artículo 135 de la Constitución. Bien harían los socialistas en leer al admirado Tony Judt en su magnífico «Algo va mal» para entender la necesidad de que los partidos socialdemócratas aprendan a pensar sobre los males de nuestra sociedad y afronten las respuestas para mejorar el mundo en el que vivimos. Nada de esto escuchamos al PSOE desde hace tiempo.

Una parte importante de los problemas que vive la formación socialista se iniciaron en la última legislatura de Zapatero con sus políticas de austeridad, algo que el PSOE nunca ha reconocido, a pesar de su fuerte penalización electoral y de posibilitar el 15M y la aparición del fenómeno Podemos. De hecho, los socialistas primero negaron la importancia del movimiento 15M, luego relativizaron la aparición de Podemos y a medida que esta fuerza ha ido ganando poder político y mordiéndoles electorado han quedado paralizados sin saber ni cómo reaccionar ni cómo relacionarse con una formación que amenaza con darles el «sorpasso».

Todo ello se ha visto agravado por la incapacidad de regeneración del PSOE y de sus líderes. Buena parte de los barones y de los miembros de la dirección que han protagonizado el motín contra la Ejecutiva de Sánchez llevan pilotando el partido desde la Transición en diferentes territorios, ocupando cargos políticos y orgánicos desde hace décadas. Y muchos de ellos llevan protagonizando tantas batallas por controlar los aparatos del partido que hemos perdido la cuenta, repitiéndose año tras año, en diferentes comunidades, provincias y agrupaciones, hasta el punto de haber reducido el PSOE en muchas de ellas a simples clanes tribales que luchan periódicamente por hacerse con el poder cada vez más menguado que ostentan, pensando que la solución a sus muchos problemas se reduce a un simple cambio de líderes.

Tampoco podemos ignorar la falta de una posición política clara del PSOE frente a la decadencia europea o la inexistencia de alianzas junto a otras fuerzas socialdemócratas del continente para poner freno a las políticas de austeridad, a los procesos de desigualdad o al incumplimiento de los compromisos europeos en materia de asilo, refugio y derechos humanos. Y por si todo ello fuera poco, los socialistas acumulan una deuda a largo plazo de 77,6 millones de euros a pesar del esfuerzo de la Ejecutiva de Sánchez por reducirla, lo que les añade más vulnerabilidad a la hora de concurrir a futuras elecciones. Es la respuesta a estos y otros muchos problemas lo que marcará el futuro del PSOE y no el realizar un simple cosido.

@carlosgomezgil