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El estratega

Nunca fuera caballero de damas tan bien servido, como lo fuera don Mariano, cuando de Génova vino. Que dueñas curaban de él, princesas del su rocino. Mariano se sentó hace tiempo a la puerta de Génova a ver pasar el cadáver de su enemigo y, así de cómodo, fumándose un puro y analizando los resultados de la liga, le han puesto, entre damas y barones con un pie en el paraíso de los ineptos con chorra. Nunca hubiera imaginado nadie que el inmovilismo, el plasma, los galimatías verbales y el mantenerse impertérrito ante los escándalos, eran aviesas y sibilinas técnicas de gran estratega. Es más que probable que si nuestro hombre sin atributos hubiera movido un solo músculo aparte de ese bizqueo intimidatorio, ahora en vez de estar descojonado de risa estaría purgando sus pecados en cualquier chiringuito de Pontevedra. Volviendo a Cervantes, «cosas veredes, amigo Sancho que harán hablar a las piedras». Y vaya si se habla. Tanto se habla del asunto que nos olvidamos de nuestras cuitas y de que somos víctimas propiciatorias de la lucha a garrotazos por tocar pelo. Quizá este sindiós no es más que otra estrategia para tenernos entretenidos y engañar al hambre. Cambiamos el pan y circo por un giro de la Historia tan absurdo y macabro, como hilarante. Y es que el miedo es libre. El miedo a que se sepa todo, el miedo a perder esa parcela de felicidad que da la mamandurria asegurada, el miedo a que se despejen las equis, a que le veamos el culo al iceberg, a que venga alguien a ventilar y tiemblen los cimientos de una transición de mentira, de una democracia de la señorita Pepis. El miedo cerval de los necios mentirosos hace que rueden cabezas de tal magnitud como la de un partido histórico que nació para defender al currante y acabó defendiendo al capital, al Ibex 35, al franquismo pegajoso que no hay decapante que acabe con él y a un señor de Santiago de Compostela que camina como un mecano (es lo que tiene la costumbre de ser movido por hilos desde arriba), hace cabriolas con el castellano y dice «mirusted».

Gonzalón, el gran barón, que rima en consonante con lo que iba a poner y me ha impedido el poco decoro que aún me queda, le hace los corifeos, también puro en ristre a nuestro gran estratega y su carcajadas hielan la sangre.

Pasará el tiempo y esta asonada, este golpazo en todo el hígado a la democracia será otra muesca en el revólver de la infamia, como el tejerazo, como el 36, como el terrorismo del norte y el terrorismo de estado. Se han empeñado en aposentar de por vida en esta tierra de Caín a los mismos que llevan mangoneando desde los reyes católicos, mala gente que camina y va poblando la tierra. A los mismos que siempre ganan con el discurso del miedo, con el oscurantismo, con el dogma rancio de mantilla y peineta.

Átense bien los machos que mucho me temo que vamos a tener caspa para rato. Por cierto, señores barandas, ¿qué hay de lo nuestro, de lo del pueblo, digo?

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