La forma de comportamiento de las personas da lugar a que estas, a su vez, puedan apoyar sus discursos o razonamientos ante determinadas cuestiones con mayor o menor razón. Porque tener esta o no tenerla depende mucho de la forma de argumentar y razonar las ideas que plasma quien defiende una idea. Pero, ciertamente, no podemos negar la importancia que tiene en la defensa de los planteamientos la forma en la que estos se llevan a cabo.

En la realidad práctica esta mecánica, o forma de actuación, dista mucho de ser un patrón de conducta relevante en la cotidiana realidad que presenciamos en la sociedad. No hace falta nada más que ver un programa de televisión de debate para comprobar cómo el grito y el aspaviento se convierten en el «argumento de peso» más contundente, amparado en la fuerza de la violencia de la palabra, más que en la razón de convencimiento en la fuerza intrínseca que tiene la defensa de una idea sin tener que levantar la voz más que otro para defenderla. Sin embargo, últimamente, vemos lo contrario y sin que exista ningún comité de ética o de control de estas acciones y reacciones que fiscalice la forma de comportarse de aquellas personas que, incluso, son llevadas al programa como auténticos «expertos» en la materia, creando al final una cultura o conciencia de que para que te hagan caso o tener razón no hay otra forma de actuar que levantar más la voz, no dejar que la otra persona que defiende una idea contraria pueda expresarse intentando que hable lo menos posible y tratando de monopolizar el debate levantando la voz y no dejando que los demás defiendan sus posiciones.

Además, estas conductas no las vemos solo en estos programas, sino, también, en otros responsables públicos que a todos se nos pasan por la cabeza y que también utilizan la técnica del grito para reforzar sus posiciones. Y lo peor de todo esto, que es todo lo contrario a la técnica del «saber estar», es que los ciudadanos pueden llegar a asumir que esta técnica del abuso es la que se debe utilizar en la vida ordinaria, so pena de no poder dejar claras las posiciones o argumentos del tema que defiende.

En las universidades americanas hace tiempo que se implantan asignaturas o técnicas de defensa de posicionamientos o argumentación, lo que viene a ser una de las mejores enseñanzas que un estudiante puede llevarse de esa época de su vida en la que actúa como una esponja, al ir cogiendo todo aquello que pueda asumir que le repercutirá en el futuro en la forma de trabajar y, sobre todo, de ser persona. Porque en la vida no todo se refiere o funciona acerca de un trabajo, sino que, por encima de todo, lo importante es la educación, el respeto a los valores, el saber comportarse en la sociedad, el respeto a los demás como cultura de vida y la ausencia de egoísmo en la forma de comportarnos. Porque cuando olvidamos los valores es cuando se refleja en nuestro comportamiento que «no sabemos estar», que utilizamos la técnica del abuso como mecánica de conseguir el agotamiento del contrario por la técnica del vencimiento por el miedo que siente el contrario a nuestra forma de comportarnos. Puede usted comprobarlo en muchos órdenes de la vida cómo las personas que se creen más valiosas son las que más daño causan a los demás, las que levantan más la voz o las que no escuchan lo que no les interesa cuando es contrario a su forma de pensar. Al final, todo esto no es más que ausencia de educación y de respeto y si no se ha aprendido antes no por ello no puede llevarse a la práctica la ejecución del respeto a los demás. Porque actuar con «saber estar» se aprende también, pero se lleva dentro como valor referencial que diferencia a las buenas personas de las que no lo son tanto. Y para los que no lo han aprendido, o lo han hecho con otras formas o pautas de comportamiento, habrá que recurrir a lo que señalaba un conocido anuncio de televisión: «Habrá que desaprender lo aprendido (mal) para volver a aprender». Y más que nada para saber comportarse en sociedad los que no saben nada más que vivir en la individualidad de su propio ego.