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Kirobo, el hijo que nunca tuviste

Un nuevo robot de Toyota abre el debate sobre hasta dónde llega la conexión emocional hombre-máquina

La tasa de natalidad de Japón se redujo a la mitad en el último medio siglo. La ausencia de bebés, y el hueco emocional que esto deja, se ha convertido en una oportunidad de negocio para Toyota Motor Corp, que esta semana presentó a su pequeño robot Kirobo. Lo anuncia como el compañero ideal para el conductor solitario. Tiene el tamaño de una manzana y se puede colocar en el posavasos del vehículo. Cuesta 350 euros más 2,6 euros de actualización mensual del software. Da conversación agradable, identifica las emociones del conductor. Toyota sabe lo que hace: ha diseñado a Kirobo para despertar el instinto maternal/paternal y de protección. Las mujeres sin hijos es uno de los "targets" más claros del producto. Este puñado de tecnología es el bebé que nunca tuvieron. Kirobo ha inspirado a la publicación científica The Cristian Science Monitor una reflexión sobre hasta qué punto los humanos podemos conectar emocionalmente con los robots. Para ello citan las investigaciones del doctor Guy Hoffman, profesor de Ingeniería de la Universidad de Cornell, Ithaca (Nueva York), quien asegura que "la tecnología tiene sin duda la capacidad para evocar comportamientos y emociones humanas" aunque matiza que "aún hay una gran diferencia entre eso y la manera en que nos relacionamos los seres humanos entre nosotros". Hoffman ha hecho unos cuantos experimentos para comprobar hasta qué punto las máquinas nos emocionan. En uno dividió a los participantes en el experimento en dos grupos. Unos interactuaron con un robot "social" y otros con un autómata mucho más mecánico. Luego les pidió que grabasen un vídeo sobre sí mismos para una web de citas. Los primeros se mostraron mucho más confiados que los que habían interactuado con el robot-máquina. Hoffman comprobó que los robots "pueden afectar a cómo nos sentimos acerca de nosotros mismos a cómo nos comportamos". Otro experimento. Hoffman diseñó un robot con apariencia vulnerable. Cuando las personas que tenía delante levantaban la voz demasiado, el robot mostraba una apariencia asustada. Evidentemente, la máquina no sentía. Pero sí conseguía que los humanos gritones fueran más conscientes de lo alto que hablaban. Empatía pura: "Este robot, por su pura fragilidad, hace notar la fragilidad de otras personas", sentencia el investigador. La vulnerabilidad como herramienta de mercado. Lo ha confesado el ingeniero jefe del equipo que ha creado a Korobo, el japonés Fuminori Kataoka. "Kirobo se tambalea un poco y esto está destinado a emular a un bebé sentado, que no ha desarrollado plenamente sus facultades para equilibrarse. Esta vulnerabilidad está destinada a invocar una conexión emocional". Hoffman hace una advertencia sobre el poder emocional del robot: "Hay que alejarse de las situaciones en las que los robots sustituyen a los seres humanos sólo por la razón de que pueden hacerlo. A medida que los robots se mueven desde el ámbito industrial al de los servicios hemos de tener cuidado cómo se reemplaza el trabajo humano".

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