No deja de tener su aquel que uno de los argumentos de los partidarios de la rebelión llevada a cabo contra Pedro Sánchez, esa idea de que primero debe estar el Gobierno de España y después el partido y los intereses personales de sus militantes, haya sido esgrimido por personas que llevan, en ocasiones, hasta treinta años viviendo de la política gracias al PSOE, como es el caso de Ciprià Císcar, o por personas que, aunque todavía son relativamente jóvenes, abandonaron sus estudios con poco más de veinte años para iniciar una provechosa carrera dentro del partido que les ha permitido vivir de la política como es el caso de la andaluza Verónica Pérez a la que el lector recordará por su «la autoridad soy yo» dicho a las puertas de la sede de Ferraz en un gesto de soberbia y de inoportunidad que pasará a la historia como ejemplo de desastre comunicativo y de lo que nunca se debe hacer cuando se forma parte de un partido con deseos de gobernar.

Cuando el pasado sábado escuché por la radio decir a un locutor -que retransmitía casi en directo el cónclave socialista- que Susana Díaz había pedido la palabra, recordé que con una frase idéntica a excepción del nombre de la protagonista comienza el libro que Jorge Semprún escribió sobre su etapa en la clandestinidad como miembro del PCE y sobre su expulsión del mismo junto a Fernando Claudín. Me refiero a Autobiografía de Federico Sánchez (1977) y a su primera frase: «Pasionaria ha pedido la palabra». Recuerda Semprún que Claudín y él fueron expulsados del PCE por defender unas ideas que con posterioridad el partido comunista tuvo que asumir como ideario central.

Llama la atención que Pedro Sánchez haya sido el secretario general menos apoyado de todos los que ha habido en el socialismo español desde 1977. Cuando anunció su intención de presentarse a candidato a la presidencia del Gobierno si los militantes le elegían tras celebrarse elecciones primarias -como así fue- la vieja guardia socialista empezó un acoso y derribo cuya última escena shakesperiana se produjo el pasado sábado en el castillo de Ferraz.

Cabe destacar dos elementos de la catarsis socialista. El primero es que cuando Susana Díaz apoyó a Pedro Sánchez en su pugna con Eduardo Madina por la secretaría general lo hizo pensando en que Sánchez se contentaría con ser el máximo responsable de los socialistas, un muñeco fácil de dominar frente a un Madina que parecía que iba cogiendo tablas. Sin embargo ocurrió al revés. Madina se hundió en la indecisión y en un discurso plagado de naderías y frases hechas para no incomodar a nadie mientras que Sánchez fue adquiriendo confianza en sí mismo y en poder recuperar para el PSOE el liderazgo de una izquierda que, con la aparición de Podemos y la segunda legislatura desastrosa de Zapatero, había quedado muy tocado. En el mismo momento en que Sánchez anunció sus intenciones presidenciales, Susana Díaz y el grupo que la apoya comenzó ese acoso y derribo que he dicho antes cuyas consecuencias no fueron bien calibradas por sus instigadores. De bochornoso se podría calificar echar la culpa de los resultados electorales a Pedro Sánchez cuando son negativos mientras que cuando son positivos -o cuando menos no catastróficos- el barón o baronesa de turno se autoproclama responsable de los mismos.

En segundo lugar, ha llamado la atención el silencio en que se han sumergido Susana Díaz y su fiel ayudante Verónica Pérez desde el mismo momento en que Pedro Sánchez abandonó la sede socialista de Ferraz. Seguimos a la espera de que tanto Díaz como el resto de presidentes autonómicos díscolos digan qué piensan hacer ante un posible intento de Rajoy de volver a pedir la confianza de los diputados para conseguir su investidura y también cuál es ese proyecto político suyo tan diferente del de Pedro Sánchez.

Con independencia de que un sector del Comité Federal quisiese su sustitución, la manera en que esta se produjo deja en muy mal lugar a los conspiradores. En la vida de los partidos políticos todo debe ajustarse a unas formas democráticas que en este caso no se han respetado. La intención de Pedro Sánchez y de su Ejecutiva de que se votase en urna secreta la moción de censura que le plantearon respondió a la idea de que como muchos de los que formaban parte del Comité Federal debían su puesto a alguno de los barones presentes, se quiso preservar la independencia mediante el voto secreto, algo a lo que se negaron los críticos y , sobre todo, Susana Díaz.

Uno de los muchos aciertos que tuvo Pedro Sánchez fue rodearse de personas con experiencia, sentido común y maneras democráticas como Rodolfo Ares, Jordi Sevilla y por un emergente Josep Borrell que en las entrevistas que ha dado en los últimos días ha tumbado los argumentos de los que se rebelaron contra Sánchez y ahora permanecen acomodados en un inexplicable silencio.