Un hombre íntegro y cabal, el portavoz y concejal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Alicante, José Luis Cifuentes, ha dimitido de su cargo y enviado a sus compañeros de partido a hacer gárgaras al Vinalopó. Y ha hecho muy bien, pues la decencia política le impedía codearse ni un minuto más con la idiocia y la mediocridad con la que se rodeaba en una corporación tan grotesca como inútil para el ciudadano. La peor que se recuerda en la vida municipal de esta ciudad.

Podía haberse instalado cómodamente en el grupo mixto, ?uno más qué importancia tiene? donde pululan los Sepulcres y Belmontes y sus narcisismos patológicos. Y la paga mensual, claro. Aprovechados de la política a la que aterrizaron de la mano de sus formaciones sin haber pasado por el detector de la hipocresía, ese que explica las verdaderas razones que empujan a determinados ciudadanos a afiliarse a un partido político.

José Luis Cifuentes es un socialdemócrata que huyó, como muchos otros, de la podredumbre de un PSOE en descomposición hacia nuevos partidos que hablaban de regeneración democrática, transparencia y participación. Hartos de asistir a espectáculos lamentables en asambleas preparadas, a enfrentamientos cainitas, a envidias larvadas, muchos hemos tenido la suerte de escapar del cainismo instalado en un partido socialista que, como hemos visto en estos últimos días, ha repetido a nivel nacional para vergüenza de propios y extraños lo que durante muchos años hemos visto en las agrupaciones locales: odio, enemistades y traiciones. Pero eso sí, hay que hacerlo con saludos socialistas y con el mejor postureo.

La política la ejercemos todos desde nuestra posición dentro de la sociedad. Los partidos políticos son sólo instrumentos para la consecución del poder, un poder necesario para transformarla y hacer un mundo mejor y no sólo para los que eligieron como profesión la política. Pero hoy, los partidos han sido secuestrados, en unos casos por charlatanes populistas y demagogos y en otros por gente sin escrúpulos ávidos de conseguir cargos políticos para su enriquecimiento personal o el de sus más allegados.

Los que nos apartamos, como ha hecho Cifuentes, de esa enfermedad que corroe la democracia y sus valores como es la corrupción política con mayúscula, instalada en los partidos políticos como una sanguijuela, hacemos un gran favor a nuestro sistema de libertades y de garantías democráticas. El sistema de partidos está moribundo y ahora se impone, si queremos salvar nuestra democracia, resaltar las virtudes individuales de los hombres y mujeres decentes y como un ejemplo a admirar. Lejos, pues, de esa oligarquía partitocrática que tanto daño está haciendo a España.