No me apetece echar leña en el fuego del PSOE, ni dedicar palabras encendidas hacia su dimitido secretario general. Lo tuvo difícil, muy difícil y sus compañeros han decidido, en un órgano democrático y por mayoría, que no ha sabido afrontar con éxito el momento que le ha tocado vivir. Dudo mucho que quienes le han obligado a tomar esa decisión sean o se hayan tornado peligrosos derechistas, como tampoco creo que los que le apoyaban se hayan afiliado a Podemos. Se trata de distintas formas de ver e interpretar una realidad muy compleja y cada cual ha hecho su propia lectura de los hechos. Esto no quiere decir que en el sector ganador, aunque se esté diciendo lo contrario con cierta displicencia, haya unanimidad. En cada uno hay opciones no coincidentes. La simplificación interesada, especialmente proveniente de un Sánchez que optó por la descalificación de quienes disentían, ha llevado a que aparezca como verdad, lo que no responde a la misma.

Pero, en todo caso, no veo a peligrosos izquierdistas o derechistas en el PSOE, sino a militantes que sostienen posiciones que son compatibles con el ideario socialista. Toda otra lectura llevaría a la escisión o a la exclusión de una mitad. Y eso no creo que vaya a pasar en un partido centenario que ha sobrevivido a muchas crisis y superado todas ellas. El partido está por encima de los personalismos propios de organizaciones autoritarias.

Si hay democracia interna, habrá que aceptar que los llamados críticos han actuado conforme a los estatutos y que, por tanto, no han dado golpe alguno. Un golpe siempre se hace contra la ley. Si se actúa con ella en la mano, lo que existe es libertad y ejercicio de la democracia. Y en el PSOE hay mecanismos para hacer dimitir a un secretario general y forzar lo que se ha forzado. Estar de acuerdo o no es legítimo; calificarlo de golpe, un exceso que debe meditarse y que no conviene a la imagen del PSOE. Hacerlo, solo certifica el desvarío de los últimos tiempos y deslegitima más a quien lo ha impulsado o tolerado. Acudir a plebiscitos, siempre personalistas, despreciando la legalidad interna democrática, es propio de otros sistemas, aunque algunos prefieran ignorarlo. El PSOE no practica la democracia directa, sino la representativa. Las decisiones sobre la gobernabilidad corresponden al Comité Federal según los estatutos, no a la militancia. Reclamar otra cosa es un golpe a la legalidad interna vigente y una llamada a la rebelión demagógica e irresponsable. Una apelación a la fractura y una manipulación peligrosa de la militancia.

Hay un sector, minoritario en este momento, que piensa que la abstención y pasar a la oposición es lo mejor para el PSOE. Otro, que se debe pactar con Podemos y los independentistas. Y esa diferencia se ha extremado hasta convertirla en confrontación excluyente. Todos tienen sus razones, pero también todos asumen peligros, porque cualquiera de las decisiones tiene sus efectos positivos y negativos. Se trata y ahí está la diferencia, de sopesarlos e inclinarse por lo que menos daño haga al país y al PSOE. Pero, enfrentarse y calificar a quien no sostiene lo mismo de fascista -se ha dicho-, es tan grave, como incierto. O hacerlo a la inversa, situando a los otros en los sectores más radicales de la izquierda. Tal vez lo que pasa es que el PSOE ha perdido su lugar en este nuevo tiempo y debe reconocerse. Y eso es urgente y requiere paz, calma y reflexión.

Un periodo de diálogo y debate es obligado ante una crisis formidable, de las mayores que ha experimentado el PSOE. Un periodo que exige que se moderen quienes se identifican en su radicalidad y piensan que ese partido es solo como ellos lo entienden. Porque la realidad ha demostrado que no es así y que hay muchas sensibilidades. La socialdemocracia no se mide por una postura ante una situación electoral. Ésta solo expresa una estrategia, no una opción ideológica. Y eso es lo que ha faltado en el PSOE y se ha alimentado indebidamente por algunos irresponsables, aquellos que descalificaban a quienes, manteniendo sus convicciones, consideraban mejor una postura que otra. Y ahí reside la razón de la confrontación, bien o mal administrada por unos u otros. Yo tengo mis convicciones.

Es verdad que tales posiciones extremas son características del momento presente, pero del PSOE se espera que no sucumba a ellas y que se mantenga con el equilibrio propio de un partido de gobierno, sin caer en la demagogia y menos trasladando esa conducta a su propia militancia. Y esa era la responsabilidad del dimitido, no la de echar leña al fuego fomentando la división. El PSOE está fracturado y quien debía evitarlo no lo hizo. Ha quedado descalificado de futuro porque era insostenible una situación de lucha interna como no se recuerda hace años.

La culpa es siempre de quien tiene el poder. Otra cosa sería tanto como hacer a los líderes inviolables y prohibir toda crítica interna. Solo la obediencia garantiza la unanimidad. Y algunos es eso lo que parecen pedir, aunque no sean conscientes de hacerlo.