Las historias pueden ser narradas de modo sintético y de manera más pormenorizada. De esta segunda forma la narración es más rica en detalles, más llena de intenciones y más amplia en el juego de dimes y diretes. Interesa más a los narradores que, como Ernest Hemingway, cobran por palabras o por página escrita, que tanto da. El modo sintético es más austero, va al grano, tiende directamente al meollo del asunto y no se anda con tantas zarandajas detallistas, que a veces nos apartan del verdadero motivo de la narración. Tengo en mente el ineludible conflicto del PSOE que cada día nos proporciona para desayunar una nueva trifulca o un sonoro desencuentro; las facciones enconadas no esconden ya sus desavenencias ni sus armas de lucha sin cuartel. Dos caudillos se perfilan en la contienda: Susana Díaz y Pedro Sánchez; dos ambiciones, legítimas, pero irreductibles. E igualmente tengo en mente la riqueza de detalles de los profesionales de narraciones de historias como son los periodistas. Páginas y más páginas, comentarios y más comentarios se escriben a costa del conflicto. Como prueba última, de pronto nos vemos todos expertos en los estatutos internos del PSOE, en comités federales, en congresos federales, en gestoras, en dirigentes que mandan aunque no pueden hacerlo o en dirigentes que son pero a la vez no lo son, etcétera. Todo, finalmente, resulta un poco mareante, porque al final resulta ser la hojarasca que tapa la auténtica causa del conflicto.

Y sí, al final, se impone la explicación más sintética, la descripción argumental, que sustenta la prolija sucesión de los acontecimientos. En el fondo de todo late una simple lucha de ambiciones, de deseos de poder. Los partidos políticos son los mecanismos legalizados y encauzadores de esa legítima ambición; están para eso. Dentro de ellos se permite su uso y puede ser castigado el abuso del mismo. Para ello hay normas y reglas. Pero entre el uso y el abuso siempre hay una zona de nadie. En esa zona de nadie es donde se está dando la gran batalla por el control del partido. Ya sabemos que el aparato del mismo, ese que odia al que se mueve y pretende salir en la foto, al que pretende salirse del tiesto, tiesto que ha sido fabricado en las factorías de los poderes fácticos, al innovador, al que rompe con la tradición liberal-burguesa que se inició con Felipe González (ahí tenemos al primer ministro de Economía socialista, Miguel Boyer, el más neoliberal de todos los economistas socialistas) al ir renunciado a todas las ataduras ideológicas de izquierdas paulatinamente, ese aparato, digo, es el que ha controlado el partido y pretende seguir controlándolo. Ese aparato, Susana Díaz pertenece a él, quería a un hombre de paja que gobernara al partido a conveniencia; pero el hombre de paja les salió rana: «éste no sirve, pero nos puede servir» dicen que dijo Susana Díaz de Pedro Sánchez. Zapatero también les salió rana, pero al ganar las elecciones, le pasaron por alto ser un advenedizo en política. A Pedro, no. Y todo lo que pasa son los esfuerzos «legales» para echarlo y retomar el poder. Bien es cierto que Sánchez ha cometido varios y graves errores, como apartar del poder a los que perdieron en su lucha por la secretaría general; Zapatero los incluyó y eso minimizó el conflicto. A Pedro Sánchez se la tenían jurada. Y llegó el momento. En eso estamos. Al final, es solo cuestión de ambición y control del partido. Como argumento narrativo no es para tanto, pero como imagen que se ofrece, ya es otro cantar.