La imagen de los 65 acusados en el inicio del juicio de las tarjetas black de Caja Madrid es de antología. Encabezados por Rodrigo Rato, que fue vicepresidente del Gobierno con Aznar y por Miguel Blesa, también presidente de la Caja e íntimo asimismo de Aznar. Amistades peligrosas. Y menos mal que el señor Rato no alcanzó el objetivo que buscaba: la Presidencia del Gobierno. Conociendo lo que el señor Rato sabe de corrupciones económicas, que es un rato largo, miedo da pensar cómo podría haber quedado España. Lo que hemos visto, y aún estamos padeciendo, del cotidiano saqueo de las arcas públicas, con ser grave, podría haberse quedado en mantillas y es que, a todo, hay quién gane.

Entre los 65 hay una buena representación de personajes que, deliberadamente según parece, confundieron su labor de representación en la Caja con la de retribución en la Caja. Es parecido, pero no es lo mismo. Y para que no se notara decidieron que se hiciera en black o en negro, que se diría en menos fino. El final es el mismo: cobrar sin declarar. Todo limpio o todo negro, depende cómo se vea. Seguro que algún racista habrá entre ellos pero, curiosamente, el dinero, cuánto más negro, más apetitoso. Ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito.

Aunque Rato y Blesa estaban destacados en la sala, aún había otro acusado que estaba por delante: Gerardo Díaz Ferrán, antiguo presidente de la CEOE, y de Marsans y tantas otras, que llegó a proponer bajadas de sueldo para los trabajadores mientras él se enriquecía irregularmente por otro lado. Una figura que ya lleva ventaja a los otros 64 encausados: Ya ha sido juzgado por otros casos y está en prisión por ello. Un adelantado a su tiempo que se diría.

En esta pasarela fashion también hay mucha diversidad: altos cargos de la Caja, algún exsecretario de Estado de Hacienda, empresarios, sindicalistas, representantes de diferentes fuerzas políticas, de la Casa Real, etcétera. En ningún caso es aceptable el saqueo que supuso esta práctica y menos cuando se estaba representando a sindicatos de clase o fuerzas de izquierda. Que se haya producido exige responsabilidades y cambios profundos para evitar que situaciones así se repitan.

El juicio debe permitir que se aclare toda la verdad de lo que allí pasó. Que se condenen esas prácticas y que se devuelva la totalidad del dinero robado. Caja Madrid ha sido un escándalo mayúsculo. Con dinero público, más de 23.000 millones de euros, se le ha tenido que rescatar. Los ciudadanos hemos pagado lo que unos pocos robaron y derrocharon por doquier. Mientras unos utilizaban las tarjetas black para comilonas, juergas, lencería, masajes y asuntos similares, a los españoles se les aplicaban recortes para salvar al sistema bancario. Y, por si faltaba algo, a los preferentistas que se creyeron las palabras de Rato para invertir en Bankia, se les engañó miserablemente.

Y el problema, con ser grave, no sólo es Caja Madrid. Lo que allí ha pasado es muy similar a lo visto en la CAM, en Bancaja, en las cajas gallegas, andaluzas, catalanas, etcétera. Esto ha sido un saqueo organizado del sistema financiero y con mucho éxito. Pocos culpables han sido condenados, casi ninguno ha devuelto nada, muchos hasta cobran pensiones de jeques árabes por hundir aquello que gestionaban y ni siquiera, en la mayoría de los casos, han sido juzgados. Como dijo el presidente del Poder Judicial, el señor Lesmes, la justicia está hecha para el robagallinas, ése si la hace se la carga, a los de cuello blanco es más difícil, siempre pasa algo.

Aunque llegue con retraso, bienvenido sea el juicio a nuestros negros tarjeteros, a ver si se clarea el asunto de una vez y se acaba con estas prácticas. Y no es por racismo, es por civismo.