Leiden, la ciudad holandesa abrazada por los anillos del río Rhin, es una sucesión espléndida de canales y puentes, jalonada por molinos y casas de fábula. Rembrandt no podía haber elegido una localidad natal más hermosa. Históricamente, los holandeses han hecho del mar su aliado, apropiándoselo para instalarse sobre las aguas desecadas. El prodigio de los pólderes así lo atestigua.

La política centralizadora de Felipe II provocaría la rebelión de los Países Bajos, en lo que se denominó la Guerra de los Ochenta Años o, en España, la Guerra de Flandes. En 1573, Leiden fue sitiada por las tropas españolas. Los holandeses rebeldes, mediante la estratagema de la destrucción sucesiva de los diques de contención, anegaron el terreno y accedieron a la ciudad con las barcas para cesar el asedio.

Leiden fue liberada el 3 de octubre de 1574. En Flandes se puso el sol.

Al parecer, los españoles abandonaron en su retirada un puchero que contenía un guiso de patata, carne, cebolla y zanahoria que adoptaron los vencedores con el nombre de «hutspot». Desde entonces, cada 3 de octubre, Leiden celebra la liberación con una fiesta y un potaje. «Haec libertatis ergo», «Esto por la libertad», reza el emblema de su escudo de armas.

Guillermo de Orange, como reconocimiento al valor de la población durante el sitio, fundó en 1575 la primera universidad del país. Bajo el lema «Praesidium libertatis», «Bastión de la libertad», la universidad defendió la libertad en su más amplio sentido. Descartes y Spinoza, entre otros, participaron de ese ambiente propicio.

Actualmente, la Universidad de Leiden es una de las más prestigiosas de Europa. Elabora, con criterios académicos, el conocido «Ranking de Leiden», en el que la Universidad de Alicante está posicionada en un meritorio lugar. Se trata de una relación mundial de universidades priorizadas con arreglo a su actividad científica y al impacto de la transferencia de los resultados de la investigación.

En estos momentos, proliferan los rankings universitarios (disculpen el atroz anglicismo) que atienden a criterios dispares e incluso disparatados, asistimos a una escalada insensata de comparación entre las universidades del mundo, y se alzan voces críticas que denuncian el insuficiente nivel de las universidades españolas por no verse encumbradas en aquellos. Los listados se esgrimen como armas, interesadamente.

Pero tales críticas ignoran una cuestión básica, como es la imposibilidad de comparar aisladamente a las universidades si no es en relación con sus respectivos países. Ortega y Gasset consideraba inexacto aludir a la diferencia entre las universidades y proponía referirse al contraste entre los diversos países.

Es innegable que el sistema universitario español es perfectible, pero no puede olvidarse que las universidades no se generan espontáneamente, sino por decisión política. Cada país, conviene recordarlo, adopta el modelo universitario que considera adecuado y, en consecuencia, determina el número y, por ende, la calidad de sus universidades.

El loable origen de la Universidad de Leiden, aunque a costa de la derrota española, contrasta con las razones que han animado la creación de algunas universidades en nuestro país.

Vivimos tiempos difíciles en los que la universidad necesita recursos, pero también requiere el respaldo social y el reconocimiento de quienes la valoran frente a la desmesura de ciertas críticas. Desde su nacimiento, no se había cuestionado la contribución universitaria a la mejora de la sociedad. Por eso, es preciso destacar el papel desempeñado históricamente por la Academia en la enseñanza de las profesiones intelectuales, la investigación científica, y la creación y la transmisión de los saberes.

Asimismo, conviene subrayar el esfuerzo realizado desde las universidades para que la escasez de recursos no fuera en detrimento de la calidad. No obstante, una merma continuada de la inversión provoca un quebranto económico que no solo menoscaba la formación y la investigación, sino que arriesga la supervivencia de una institución milenaria.

Ciertamente, queda un largo camino por recorrer. Es fundamental que la universidad, además de atender su primordial labor formativa e investigadora, se convierta en un referente en la transmisión de la cultura y el conocimiento, intensificando su vinculación la sociedad. Solo así, la universidad volverá a ser lo que fue, en palabras de Ortega y Gasset, «un principio promotor de la historia europea».