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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

La naturaleza ocupa los huecos (reflexión sobre instituciones económicas)

Hay una norma inmutable en biología: la naturaleza siempre rellena los huecos; si se extingue una especie o disminuye su población, otra ocupa su lugar en la cadena. Curiosamente esto no es ni bueno ni malo, simplemente es. Hace poco vi un precioso documental de cómo soltando 14 lobos en Yellowstone -sí, el parque del Oso Yoggi- el paisaje se había modificado sustancialmente en una década. A más lobos, menos ciervos, más árboles, más praderas, menos erosión; cuando la cubierta vegetal es más abundante vuelven los castores, que forman presas y regulan el curso de los ríos, y los peces y los anfibios recobran su pujanza. Y sólo con 14 lobos en 10 años.

Pero es verdad que a la madre natura le da igual que se llene el brioche de crema pastelera o de cemento armado, de sabores no entiende ni le interesa, al fin y al cabo da por hecho que este cambio -en sus parámetros- será sólo temporal. El ejemplo que puse arriba es algo que los humanos consideramos bueno, pero la naturaleza no movió una ceja cuando se cargaron a los lobos y los bóvidos empezaron a comerse todo el verde. Por ella como si lo convertían en un desierto de arena, Pena (canten conmigo teniendo en mente a «La Faraona»).

En las organizaciones humanas siempre los huecos se llenan de advenedizos, porque todo el que llega de nuevas es un intruso. Este mes de agosto me he puesto ciego a leer periódicos para cumplir un encargo y me ha refrescado mi visión de conjunto de la economía alicantina. Nos creemos que las organizaciones son eternas e inmutables y que la sociedad lleva una línea recta. Pues nada de eso es verdad; si hablamos de instituciones económicas, la más antigua, que es la Cámara de Comercio, tiene más de cien años de vida, pero de influencia real apenas de mediados de los 80 para acá y si pensamos en COEPA es bastante menos: muy finales de los 90. Treinta y pico de años es muy poco, aunque parezca una institución sólida, y los poco más de 15 de COEPA no dejan de ser un experimento o un paréntesis.

Antes que ellas hubo otras instituciones y después otras ocuparán su lugar, ese no es el problema por muy románticos y añorantes del pasado que podamos sentirnos, y eso ya lo escribo en primera persona. Siguiendo el ejemplo de la naturaleza hay otra ley inmutable: sólo sobreviven -y evolucionan- los más fuertes. La cuestión es que si quieres que tu organismo perdure tienes que impedir que te coman la tostada y eso sólo puede hacerse de dos formas: o temporalmente como Pedro Sánchez, encastillándote en tu fortaleza y echando aceite hirviendo a los asaltantes, o llevando tú mismo y de verdad las riendas de la evolución. Y la evolución no para nunca, es un mecanismo constante hacia adelante, sabiendo siempre que al final del final está el abismo que acabará con todos nosotros y con cualquier cosa que hayamos sido capaces de inventar o de hacer funcionar.

Por seguir con el ejemplo, la Cámara despega en los 80 por una concatenación de personajes innovadores que desembarcan en una sede que olía a naftalina y utilizan lo mejor de su pasado para construir un discurso de futuro, aportando información económica de la provincia que nadie se ocupaba en hacer y, a partir de ahí, generando opinión en los medios y convirtiendo a la institución en referente imprescindible a la hora de tratar cualquier tema económico. Parece sencillo, pero no lo es tanto porque la institución estaba vieja de verdad, con los cortinajes raídos y las estanterías comidas por la carcoma (y esto no es metáfora).

Visto con perspectiva te das cuenta de que esos personajes, por muy conservadores que se consideraran, eran profundamente revolucionarios y, desde luego, unos advenedizos para los que ocupaban el «status quo». Pensar en Eliseo Quintanilla o en Emilio Vázquez Novo como unos «sans culotte» cuesta bastante, pero ellos llevaban la antorcha que prendió la pira. Nada diferente de otros personajes que ahora pretenden llevar esa misma antorcha para quemar fortalezas vacías de contenido. Insisto: nada es bueno ni es malo para la naturaleza, sencillamente es y por mucho que te guste o te disguste el rumbo o coges el timón o te hunden el barco.

Sigan o no con vida las mismas instituciones económicas, y probablemente no o no desde luego en su forma actual, más pronto o más tarde otro grupo de empresarios audaces (he hecho mi lema del «Audentes Fortuna Iuvat») tomará los restos del castillo y sobre esas cenizas humeantes construirá una nueva fortaleza. Porque la necesidad de opinar, reflexionar, influir y plantar cara al poder político está ahí y más pronto o más tarde los más innovadores (por conservadores que sean) se darán cuenta del horror de la naturaleza al espacio vacío. Y lo llenarán.

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