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2017. Año Joan Valls

Decía Gabriel Celaya, otro gran olvidado, que la poesía es un arma cargada de futuro. No sabemos muy a ciencia cierta, a juzgar por lo enrarecido del ambiente y el panorama que nos alumbra, qué futuro nos espera. O a lo mejor ya estamos en el futuro y no nos damos cuenta. Sea como fuere, mientras haya un verso que nos punce, un cuadro que nos inquiete, una obra teatral que nos redima, habrá futuro. Nunca te alejes ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo, dejó escrito José Agustín Goytisolo en «Palabras para Julia» porque la poesía, el arte en general es una autodefensa, el arma incruenta que repele la mediocridad, la sinrazón y esa extraña inercia de devorarnos unos a otros. Una forma de no dejarte caer en la cuneta donde florecen las calaveras y las claudicaciones.

Joan Valls nació en Alcoy en 1917 en plena primera guerra mundial cuando las naciones eran leviatanes llenos de ruido y de furia y las ciudades el paisaje desolador de la vesania humana. Una guerra cabe en los ojos ateridos de un niño. El mismo año, Juan Ramón Jiménez publica «Platero y yo», Antonio Machado, «Poesías completas», Máximo Gorki, «Los Bajos Fondos» y Marcel Duchamp presenta «La fuente» en Nueva York. Vaya lo uno por lo otro. El poeta puede acallar las balas porque todas las guerras caben en un endecasílabo, la pluma y la metralleta, la paz y la palabra.

Joan Valls publica su primer libro de poemas, «Sol y nervio» en 1936, año del ignominioso alzamiento nacional. Su militancia como republicano hizo que pisara la cárcel, pero lo que realmente encarcelaba a los poetas no era la ideología sino la propia poesía. Los fascismos le tienen más miedo a un pareado que a un fusil, miedo a la inteligencia, miedo a la libertad de pensamiento, miedo a la anarquía de la belleza. Aún resuena el vencéis pero no convencéis de Unamuno por los campos de Castilla entre riscos y cárdenas roquedas tapando el infamante muera la inteligencia de la fuerza bruta. A nuestro poeta lo excarcelaron en el año 40. A Lorca se lo comió la tierra a dentelladas secas y calientes y aún huele a sangre y a laurel en los campos de Víznar.

En 1947 Joan Valls publica su primer libro en valenciano, «La cançó de Mariola» y siguió dándole lustre y esplendor al idioma de Martorell a pesar de escribir en tiempos en que este hecho podía ser considerado una sedición o una afrenta. Los fascismos nunca entendieron que el gran patrimonio de los pueblos es su palabra, su historia y el idioma con el que la cuentan, con el que la aman o con el que la padecen.

Este año 2017 se cumplen cien del nacimiento del poeta alcoyano. Cien años en los que su figura ha pasado tristemente desapercibida o apercibida mínimamente en el ámbito local. Es de agradecer este detalle de buen gusto y sensibilidad por parte de esta ciudad en la que, confiemos, se irá resucitando poco a poco a sus profetas y quitando las telarañas a sus obras. 2017 será, con justicia, el año de Joan Valls, un alcoyano menudo, de rostro melancólico, guerrillero de tinta, domador de sueños. «Amb vosaltres vaig retre ofrena a l'esperança/com un cérvol ganós de rumbs irrevocables».

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