Los profesionales de la política han hecho escuela en el PSOE. Y, seguramente también en otras organizaciones políticas. Era la última etapa de Felipe González como secretario general, cuando el ministro de Economía Solchaga invitaba a aprovechar las ocasiones de ganar dinero, cuando Alfonso Guerra perdía el control del aparato del partido, hace unos veinte o veinticinco años. Las Juventudes Socialistas fueron en aquella época una escuela, mejor una panoplia de «jóvenes» que pasaron de la Universidad a los cargos públicos, de los exámenes al coche oficial, a veces sin ni siquiera terminar sus estudios. No voy a citar nombres, pero sí recomiendo la lectura atenta de los currículos, algunos engrasaron las puertas giratorias desde la Universidad a las grandes empresas, y los ministerios, las Cortes, o incluso la Moncloa. Eran y son los nuevos profesionales de la política.

En los primeros años de la democracia, la cantera de los cargos representativos era la gente que se había jugado el pan, el trabajo y la poca libertad que había en su lucha contra la dictadura. Gente procedente de los cuadros sindicales, clandestinos todavía, de los movimientos sociales y ciudadanos, de despachos profesionales comprometidos con la lucha por las libertades. También en la UCD de Suárez. La clase política del franquismo procedía de los cargos del sindicato vertical y del partido -el Movimiento- franquista. Los que «habían hecho la guerra», esto era así especialmente en las primeras décadas de la postguerra. A partir de los sesenta del siglo pasado, los «años del desarrollo», los puestos políticos los ocupaban en su mayor parte los altos cargos de la Administración del Estado: técnicos superiores de la Administración general -abogados, economistas, comerciales, ingenieros, arquitectos, catedráticos universitarios, etcétera- eran los que peyorativamente la prensa calificaba de tecnócratas. En Francia se les denomina «enarcas», son los políticos que se formaron y proceden de su escuela nacional de administración. Aquí el régimen propició y reforzó a los que ya estaban, con la creación de las facultades de ciencias políticas, económicas y comerciales; que con los años se ramificarían en empresariales, sociología y administraciones públicas. Forman lo que los de Podemos han calificado de «casta», aunque ellos también lo sean porque tienen la misma extracción social.

La gran mayoría de los políticos del franquismo, de la derecha, y bastantes de la izquierda, tienen esa procedencia: los altos cargos de las Administraciones públicas, sobre todo de los ministerios, donde la puerta giratoria es una tradición. Las grandes empresas y la banca desde la época del INI (Instituto Nacional de Industria) hasta hoy, engordan sus consejos de administración con los altos cuadros de la función pública. Su influencia como categoría social es tal que ni Montoro puede, suponiendo que lo intente, reducir el déficit de la Administración central, los ministerios. ¿Qué sentido tiene, si no, mantener o engordar ministerios como Educación, Cultura o Sanidad con competencias casi totalmente transferidas a las comunidades? Por eso pone objetivos a la Administración autonómica y local, y con la central menos. Luego hay, dentro de la Administración, unas canteras muy específicas: la judicial -jueces, notarios, registradores-, diplomática y militar. Una muy bunkerizada y otra muy elitista. Las más democratizadas, especialmente tras el 23-F, son, sin duda, las academias militarias y de policía o guardia civil. Los sistemas de acceso a las otras merecerían capítulo aparte.

En el PSOE primero, en el PP tras su paso por el Gobierno, y seguro que en otros, hay jóvenes políticos que han pasado de las aulas a los cargos públicos. Representantes políticos o cargos orgánicos que nos largan el argumentario de su partido como quien prepara un examen o recita el temario de las oposiciones, pero que nunca han trabajado. Que nunca han sentido el aliento del jefe en el cogote ni han vivido la angustia de los autónomos, o de reunir dinero para pagar la nómina del mes en su empresa. No creo que sean malas las canteras de donde procede esa categoría social que llamamos la clase política, y seguramente son inevitables, lo que me parece pernicioso es que personas que no han trabajado nunca, sin oficio, ni beneficio, ocupen cargos de responsabilidad política en su partido y menos en las instituciones, entre otras cosas porque harán siempre lo que les manden. Les llevarán del ronzal en recua.