No es la primera vez que leo el vocablo cleptocracia en una publicación, que proviene del griego demos (pueblo) kratos (gobierno) y cleptes (ladrón), en definitiva su traducción sería «Gobierno de los ladrones», al igual que democracia sería «Gobierno del pueblo». Desde una perspectiva histórica, no nos debe de llamar la atención que un pueblo (el español con toda su extensión) que siempre se ha venido caracterizando por la picaresca y la sátira, haya caído en esa cleptocracia. Y así, hemos bebido en las fuentes de Cervantes (Pedro de Urdemalas; Licenciado Vidriera, Rinconete y Cortadillo) y después la sátira de Álvaro de la Iglesia y hoy sin censuras un chaval llamado Aleix Saló (simiocracia), entre otros.

Pues bien, desde el inicio de la democracia, hemos venido asistiendo a la actualización de esa España con una préyade de políticos a los que se les puede poder un cuño de «el que no roba es que no puede» y así en la noche de los tiempos y sin ser exhaustivos -¡qué capacidad de olvido!- tenemos: Filesa, Malesa, Time-export, la Expo, la Olimpiada, Juan Guerra, la directora del BOE; Roldán, los Gal, los fondos reservados, etcétera, y hoy toda su actualización con Mario Conde, Sánchez Gordillo, fondos europeos, los Ere; el caso Millet, el camarada Fernando Villa, la familia Pujol, el caso Malaya, Marbella, Gürtel, Bárcenas, Griñán, tarjetas Black? en fin, no cabrían en este diario como casi no le cabrían en su artículo del otro día a mi amigo Juan R. Gil.

Hoy, los partidos emergentes hablan de regeneración democrática y de momento llevamos un año sin Gobierno y se siguen mirando el ombligo donde solo cuenta el interés propio y a veces literalmente, ignorando el del colectivo que los vota, y creo (no estoy seguro) que ningún partido político se le ha ocurrido devolver sus subvenciones o ni tan siquiera parte de la paga que corresponde a diputados y senadores.

Mientras tanto, los tri-cuatri-penta partidos andan a la greña con polémicas que hacen públicas en las redes sociales y medios de comunicación y no quiero entrar en el bloqueo institucional que nos aboca a otras elecciones. En fin, después de todas estas reflexiones, me encuentro agotado de intentar analizar si esa corrupción que nos rodea es una enfermedad que deviene en pandemia y si la sátira y la picaresca ha llegado a formar parte del ADN hispano.

Menos mal que hemos consolidado el Estado de Derecho (aunque algunos se lo pasen por el arco del triunfo) con una Justicia que si bien es lenta y achacosa, (está a punto de salir del geriátrico privado o público pero viva) al final va sentando en el banquillo a todos esos políticos de la cleptocracia, y podemos asegurar que Montesquieu está vivo y que «la nación española es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de ninguna clase y persona» (Constitución de Cádiz 1812) y mucho menos de esos «cleptócratas».