Si hay algo a lo que la sociedad y sus ciudadanos temen, entre otras muchas cosas, son los cambios o las actualizaciones. No vamos a engañarnos, pero a todos se nos llena la boca de agua cuando reclamamos que este servicio público no funciona, que si se deben afrontar cambios profundos, y que si hace falta un aire nuevo en determinada materia. Pero luego, cuando nos lo queremos aplicar a nosotros mismos nos corre un escalofrío por el cuerpo que nos deja congelados. Y si no, piense el lector cuando, por ejemplo, en su teléfono móvil, iPad u ordenador le aparece un mensaje que dice: «listo para actualizar» y entre las opciones que aparecen hay una que indica «más tarde, ahora no». Pues el 90% pincha esta a buen seguro. ¿Por qué? En ocasiones lo queremos justificar porque no nos apetece, nos da pereza ahora tener que estar esperando, etcétera. Pero también debemos incluir el miedo a que nos cambien el sistema que ya conocemos a la perfección y que aunque nos quejamos de él en muchas ocasiones ya nos hemos familiarizado y preferimos lo conocido, aunque con algunos defectos, a lo posible malo por conocer.

Pues bien, esta última referencia es lo que a todos nos llena de pánico cuando se habla de cambios en cualquier orden de la vida. Y qué les voy a decir de cambios en el trabajo. Eso ya es punto y aparte. Porque si a alguien se le ocurre trasladar a los empleados que a partir del mes que viene habrá cambios organizativos internos para mejorar la calidad del trabajo y obtener más y mejores rendimientos el que lo recibe, para empezar, desconfía de los aspectos positivos de la propuesta bajo la tesis de que como trabajan ya les funciona todo a su manera, y que aunque son conscientes de que habría que pulir y perfeccionar defectos eso de los cambios a gran escala parece no gustarle a nadie. Eso sí, cuando a alguien se le ocurre decir que esto no funciona y que hace falta cambiar todos se suman, pero cuando un responsable acepta esto del cambio y se proponen es cuando empiezan los miedos y las incertidumbres acerca de cómo afectará a la vida personal y laboral de cada uno de nosotros. ¿Y por qué?

Porque al final la gente se acomoda en líneas generales y no quiere complicarse la vida, postura esta que es un gravísimo error, porque los avances de las sociedades y de los pueblos lo han sido en aquellos donde sus ciudadanos han sido valientes y no han aceptado los inmovilismos. Aquellos en donde han sido estos los que han impulsado los cambios y no se han estado esperando a que alguien los lleve a cabo o ponga las ideas sobre la mesa. La actualización del sistema, el cambio y el progreso vienen a ser consustanciales a la idea de mejora en una sociedad. Y no se trata de una opción política, porque hoy en día ese calificativo de conservador o progresista ya no existe y no es acepción válida, ya que si nos remitimos a los ejemplos que hemos visto en este país nos daríamos cuenta del error de esos calificativos trasladados a la política y asociados a opciones de partidos políticos.

Cambiar la vida, actualizarse, modificar la forma de trabajar es algo que debe hacerse sin miedo a lo que pueda ocurrir. Cierto es que si este cambio llega nos llevará un tiempo y un esfuerzo modificar nuestras conductas y nuestros hábitos. Pero es preferible el riesgo al cambio que la permanencia en el hastío y en la repetición de las formas de hacer las cosas. Cambiar significa tomar oxígeno y despejar la mente para dejar que entre ese aire nuevo que permitirá que los resultados sean más positivos. Permanecer siempre igual puede que a veces tampoco sea malo para algunas personas más acomodadas y a las que les da vértigo el riesgo o la aventura que siempre lleva consigo un cambio, pero no es una buena regla de conducta si el objetivo es progresar y descubrir nuevas posibilidades. Al fin y al cabo la vida solo te da una oportunidad, no dos ni tres. Te da una. Y los ciudadanos deben coger siempre el tren de las oportunidades, las del cambio para mejorar, el de la actualización del software de cada uno para ir adaptándolo a lo que demanda la vida en cada momento. De lo contrario, al final estaremos usando un sistema previsto para una duración, pero para toda la vida. ¿Se imaginan que alguien estuviera usando ahora MS-DOS en su ordenador? Sí, aquel sistema operativo informático de la década de los 80 y 90 que fue sustituido por Microsoft Windows. Pues algo así es lo que a veces podemos pensar que le pasa a la sociedad, que necesita actualizar su sistema operativo para avanzar y saber cómo debe gobernarse a un país con espíritu de colaboración y sentido de Estado y cómo debe atenderse a los ciudadanos. Lo que pasa es que muchos tienen miedo a esa actualización también.