Su pasión por la Semana Santa, y a la vergüenza que significa el sacrificio humano que representa, debe haber confundido a Susana Díaz de tal manera que lo que le ha sucedido a Pedro Sánchez, al partido socialista, quedará grabado en su agenda personal y colectiva como un día de vergüenza, como un nuevo episodio de ese gran fraude que los españoles vivimos como expresión de esta gran crisis que no cesa. Susana Díaz, en el paradigmático papel de Judas, ha enseñado su patita de lobo, su patita derecha, intentando crucificar a su secretario general. Antes ya lo había hecho. Lo de la patita.

Sánchez ha cometido muchos errores pero ¿quizás Zapatero o Rubalcaba no? ¿Tal vez Felipe González debe quedar impune de sus desvaríos? En esta ocasión Felipe ha sido como Longinos asestando un duro golpe sobre el costado de Sánchez encendiendo la mecha que prende una llama presurosa por arder. El antiquísimo y pasado de moda secretario general del partido socialista no debió nunca cruzar el umbral que separa las estanterías donde se depositan los desterrados jarrones chinos, viejos pero sensibles al buen vivir y voluntariamente estancado en las orillas de cualquier negocio privado, con la política activa. Pero no ha sido González, han sido las ganas que le tenían a Pedro la que ha condicionado esta gran crisis interna del PSOE. Los mismos que le apoyaron en el comité federal para no abstenerse en la votación de investidura de Mariano Rajoy, ahora le clavan en un cruz de rosas y puños, por mantener dicha postura.

Escuchar a García-Page exigiendo a Sánchez que pidiera perdón a Felipe González ha sido patético. Y más escuchar a González diciendo que se sentía engañado porque el todavía secretario general del PSOE le dijo que el partido se abstendría para permitir un Gobierno de Rajoy. No le basto a Felipe saber, si es que todavía conoce los principios democráticos en los que se sustentan las decisiones, que fue el Comité federal de su partido el que apoyó un no a Rajoy. Tampoco se entiende lo de Ximo Puig en esta ruptura defendiendo al mismo tiempo una más justa contribución a nuestra comunidad pero facilitando, al mismo tiempo, la llegada de Rajoy a una nueva legislatura y encrespando a sus socios de gobierno.

Lo que está en el fondo de la cuestión es permitir un gobierno de Mariano Rajoy, alentando y sosteniendo políticas neoliberales a las que, ahora lo tenemos todo más claro, siempre ha apoyado el PSOE. Políticas que han cercenado el futuro de millones de ciudadanos poniendo de relieve oscuros intereses detrás de algunos figurantes del socialismo español. Así han borrado de un plumazo la intención de formar un gobierno alternativo (el ultimo manifiesto por este tipo de gobierno salió el día 28 en El País) compuesto por PSOE, Podemos y Ciudadanos y todos sus alter ego, lo que deja en manos de la derecha la única posible salida a la crisis enmarcada en unas terceras elecciones propiciadas por aquellos que se sienten cómodos con un Gobierno corrupto, depredador y títere de aquellos que son los auténticos gobernantes: las elites económicas que financian a los partidos mientras se benefician de indemnizaciones concedidas por los gobiernos de turno, sean del PP o PSOE.

Desde hace meses el PSOE ha sido incapaz de resolver las contradicciones que implicaban la desaparición del bipartidismo y la irrupción de nuevos actores políticos. No ha sabido conciliar sus querencias con el pasado y con su futuro quedando un presente esquizofrénico que no sabe a quién acercarse y huyendo hacia un calvario exento de propuestas y que, ahora, intenta evitar cualquier cambio hacia una alternativa de izquierdas. El PSOE ha echado por tierra 137 años de historia. Le reconocemos, no obstante, haber sido el partido que más ha evolucionado: se fundó como un partido socialista, pasó a la socialdemocracia y se encamina hacia el nacional-socialismo.

La traición, la deslealtad en una arma de doble filo, una moneda, treinta tal vez, por la cual se paga un alto precio en las urnas y en esos apoyos ciudadanos y militantes a los que será difícil, desde el PSOE, mirar a la cara, pues es la militancia, y los simpatizantes, hoy todos confundidos y perplejos, los que hacen ganar o perder elecciones.