Yo voté a Pedro Sánchez. Aquel domingo, 13 julio de 2014, voté al diputado socialista Pedro Sánchez Peréz-Castejón, economista y profesor de Universidad que se presentó a las primarias por la Secretaría General del Partido Socialista, rivalizando con Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. Con más de 40.000 avales en su cartera, Pedro Sánchez, con mochila al hombro, mangas de camisa y un discurso progresista, representaba para mí la tan demandada regeneración política y una necesaria brisa de aire fresco para un socialismo que en aquellos años andaba tocado, sin rumbo y con olor a rancio. Sánchez, con 42 años, una cara nueva y joven daba la sensación que estaba muy alejado de las malas prácticas políticas que en los últimos años habían llevado a Zapatero a adelantar las elecciones generales, las mismas que perdió Rubalcaba en noviembre de 2011 tratando de defender lo indefendible. De Pedro Sánchez me cautivó su espíritu libre, soñador y sus deseos de renovación. Inasequible al desaliento y sin tenerlas todas consigo, recorrió más de 3.000 kilómetros en una vertiginosa campaña de primarias pidiendo apoyos y votos, agrupación por agrupación, sabiendo que se enfrentaba al gran candidato del aparato socialista como era Madina. Si, no lo voy a negar, me cautivó Pedro y no dudé en darle mi voto.

Poco duró nuestro idilio. Al poco de ser nombrado el cabeza visible del socialismo español, ya no me gustó que no hiciera esfuerzo alguno para que Madina y Pérez Tapias entrasen a formar parte de su ejecutiva. No fue de mi agrado verlo «embutido» con traje y corbata iniciando la senda del nuevo Partido Socialista con discursos generalistas, vacíos de contenido y muy parecidos a sus antecesores en el cargo. Fue desalentador, incómodo y llegué a sentir vergüenza ajena cuando cerca de las navidades del 2014, invitado por Jordi Évole, acudió al programa Salvados, donde vi a mi secretario general pasando un duro trance mal disimulado tratando de hacerse el simpático, el gracioso; a veces rozando el ridículo. Me defraudó la forma que tuvo de acabar con Tomás Gómez al frente del socialismo madrileño. Me indignó las campañas de acoso y derribo que llevó a cabo contra Podemos, así como las prisas por firmar un pacto de gobierno con Ciudadanos sabiendo que no era suficiente para llegar a una investidura. Me cabreó de forma sublime que no presentara su dimisión tras el 26 de junio del presente año, cuando se negaba a reconocer que había perdido otra vez unas elecciones, las segundas en seis meses. Me siento descorazonado y abochornado de mi secretario general al ver cómo después del varapalo sufrido en las recientes elecciones gallegas y vascas lo oigo decir que, y cito: «No dimito por responsabilidad política». La misma respuesta que da ante la posibilidad de que el Comité Federal del PSOE no apruebe las convocatorias de Primarias y Congreso que él ha propuesto. Como pueden entrever, por el relato de nuestros desencuentros, mi relación con el señor Sánchez está acabada, rota y lo único que quiero decirle es que: «Te quería más cuando te conocía menos».

Los socialistas, que últimamente andamos hasta las trancas de disputas internas, con graves problemas de comunicación e inmersos en un sinfín de estrategias distintas difíciles de unificar estamos en manos del señor Pedro Sánchez que lejos de buscar soluciones conciliadoras, las está convirtiendo en un verdadero y peligroso conflicto de difícil solución. Y ya no se trata de quién ocupará qué sillones, quién se alzará con la secretaría general o quién gobierne España; ahora tenemos un problema de supervivencia como partido político. El futuro del PSOE está en juego y corre el grave riesgo de desaparecer para entrar a formar parte de los libros de la historia de España como ocurrió con Alianza Popular o el CDS. Es por eso que desde aquí quiero entonar el «mea culpa», quiero confesar que efectivamente yo voté a Pedro Sánchez; me equivoqué y lo siento. Ojalá pudiera decir que no volverá a ocurrir, pero eso se lo dejo a la realeza y al presidente del Partido Popular.