Todo parece indicar que muy pronto se celebrarán nuevas elecciones generales, las terceras en menos de un año, lo que significa un verdadero desvarío solo achacable a una clase política desgraciadamente estúpida.

A la hora de gestionar una crisis económica que ha originado graves consecuencias en nuestro sistema político, los líderes políticos no han tenido en cuenta que la sociedad a la que dicen representar es en extremo compleja, una sociedad que tiende a manifestar sus preferencias en un espacio multidimensional y que ya no se rige en un eje tan simple como derecha-izquierda. Ignoran que en ese espacio multidimensional y complejo, donde el pluripartidismo es un claro reflejo social y político, casi nunca se alcanzan posiciones ganadoras, estables o de equilibrio.

Basándonos en teorías económicas como las de la elección racional, más empíricas y menos especulativas, en una crisis como la que estamos viviendo se impone seleccionar alternativas entre las distintas instituciones políticas y crear incentivos que induzcan a la obtención de resultados más estables. La alternativa ante el bloqueo al que las fuerzas políticas se someten para intentar formar un gobierno no es otra que convocar elecciones generales cuyo resultado permita conformar una mayoría suficiente para poder gobernar con cierta estabilidad.

La fuerza política que parte con ventaja en esta posición es el Partido Popular, cuyos estrategas esperan un comportamiento racional de los votantes ante una próxima convocatoria electoral teniendo en cuenta que el acto de votar tiene costes de oportunidad (el tiempo gastado en acercarse a las urnas) y también beneficios para los que creen que ganará el partido al que votan, pues suponen que es el que mejor atenderá sus prioridades.

Siguiendo algunas de estas teorías, los conservadores serían los primeros en verse favorecidos en caso de tener que celebrarlas por una razón evidente: han ganado las dos últimas elecciones generales a bastante distancia de las demás fuerzas políticas, divididas y enfrentadas entre sí por el poder y por ocupar espacios ideológicos parecidos. El votante racional del Partido Popular votará convencido de que su partido volverá a ganarlas de nuevo. Sus beneficios superan, pues, a su coste de oportunidad. Por el contrario, el votante de las demás fuerzas (las llamadas ingenuamente del cambio), consciente de que existe una fragmentación que las debilita y enfrenta, se abstendrá esta vez. Su voto no influye en el resultado final y no ve su utilidad, así que no merece la pena perderse entre papeletas y urnas en un día festivo.

Pues esto que parece tan evidente no acaban de entenderlo algunos de los dirigentes políticos que más tienen que perder en este envite, nos estamos refiriendo lógicamente al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y a su cuartel general, una suerte de burócratas que han decidido persistir en su encabezonamiento por el no a los populares antes de procurar por el bien de los intereses generales de la mayoría de los españoles. Para muchos ciudadanos es incomprensible que prefieran una debacle electoral en su partido y una confrontación entre sus líderes antes que acordar una abstención técnica de algunos de sus diputados y dejar gobernar al Partido Popular.

O quizá sus preferencias van por un camino distinto a las de unas terceras elecciones, como sería el intentar formar un Gobierno con populistas, advenedizos sin experiencia y radicales nacionalistas. Si, como creemos, han leído las teorías económicas de la democracia y el modelo de Downs, ahora tienen buena ocasión para dar validez a sus hipótesis o por el contrario refutarlas. Recordemos uno de sus principales axiomas: a) Cada partido político constituye un equipo de hombres que intenta conseguir el poder únicamente con el fin de disfrutar de la renta, el prestigio y el poder consustanciales a la dirección del aparato gubernamental.