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Desde mi terraza

Teatro en estado puro

Algún lector pensará: «Ya está éste hablando de teatro!». Pues sí, por vocación, por convicción y porque para eso -sobre todo- solicitaron mi colaboración en este periódico hace ya la friolera de trece años. Pero también porque mi insistencia puede servir para que el no familiarizado encuentre una razón para volver, si tiene la suerte de iniciarse con un espectáculo como Incendios, que acabo de disfrutar (y sufrir) en el madrileño Teatro de La Abadía. La gran Nuria Espert, nuestra flamante premio Princesa de Asturias, encabeza una sólida compañía bajo la mano experta de un capitán como Mario Gas, que firma uno de sus trabajos más personales, en una carrera plagada de aciertos. No pretendo aquí hacer la crítica de la obra, ya lo hará nuestro crítico teatral cuando llegue a Alicante allá por el mes de abril; solo pretendo hacerles partícipes de la conmoción con la que salí del teatro, porque Incendios es una obra incendiaria y fascinante, por mucho que uno salga renegando de la condición humana.

Estamos habituados a ser testigos de las guerras que asolan el mundo, y más concretamente de esa catástrofe de la Siria actual que, por lo prolongado y continuo de las informaciones, ya no nos produce la sensación de horror que siempre deberíamos sentir. El autor de la obra es un canadiense de origen libanés, Wajdi Mouwad, testigo presencial del incendio del autobús que sirve de idea esencial para el desarrollo un terrible drama de dolor y resistencia, de búsqueda sin desmayo de una identidad imprescindible para seguir viviendo. Y el gran triunfo del autor es conseguir que el drama se convierta en poesía? manchada de sangre; porque la historia es estremecedora, y el horror está admirablemente dosificado, y muy bien descrito por este equipo artístico integrado totalmente en una historia de interpretación coral; y no puedo sino sentir admiración por la señora Espert quien, con su maleta repleta de premios y distinciones, no dudó en embarcarse en este viaje del que no es protagonista absoluta, demostrando una vez más que lo que más le seduce es involucrarse en un proyecto del máximo interés, rodeada de una compañía muy sólida a pesar de la juventud de la mayoría de los actores, y bajo la batuta de un director al que se entrega totalmente, como suele hacer; esa disciplina es la que Josep María Flotats un día me resumió con esta frase: «Por eso es Nuria Espert».

Estamos pues ante un acontecimiento artístico de primera magnitud que es la sensación de la recién iniciada temporada teatral madrileña, como lo demuestra que estén agotadas las localidades hasta el final de las representaciones, el 30 de octubre. Pero no se inquiete el buen aficionado porque, como digo, la veremos en Alicante aunque, si la situación económica del Teatro Principal no cambia, en una única representación; y también porque el director del teatro tiene la razonable preocupación y sospecha de que la afición al Teatro (con mayúscula) flaquea. ¿Qué ha pasado en esta ciudad, antaño considerada como la de mayor afición al teatro de España? La risa y la banalidad se han convertido en el mayor gancho para un público que se ha alejado de un teatro con mayor carga de profundidad. Ciertamente el precio de las localidades no permite a una economía normal la visita frecuente al teatro, pero habituarse a una visita mensual no supondría desequilibrar el presupuesto familiar; lo que me hace pensar que la realidad es tan triste como que se ha perdido la afición al teatro, antaño considerado como una práctica habitual. Recuperar el público perdido se consigue programando espectáculos como el que nos ocupa, que es por otro lado obligación de un teatro público; y el Teatro Principal es, aunque a medias, un teatro público. Vean Incendios, porque es teatro en estado puro.

La Perla. ... «Mientras el sabio dirige un dedo hacia la luna, el necio mira el dedo». (Proverbio chino)

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