No se puede hablar de don Antonio Berenguer sin mencionar su entrañable cariño a Elche y, por encima de todo, su honda y sincera devoción a la Mare de Déu y al Misteri d'Elx, donde entregó ocho años de su vida como mestre de capella. Yo tenía nueve años cuando entré a formar parte de la Escolanía, el último año que estuvo Antonio Hernández, y permanecí hasta el cambio de voz ya bajo la dirección de Berenguer. Fue una etapa de mi vida que ha dejado profunda huella en mi corazón y que, al recordar, me trae a la memoria imágenes y personas muy queridas: Pedro y Geno, la pareja que cuidaba de los escolanos durante los ensayos; Julio Bravo, acompañando al piano en la ermita de San Sebastián; el entonces presidente de la Junta Local Gestora, el carismático don José Ferrández Cruz; y, por supuesto, el mestre Berenguer.

Desde la mirada ingenua de un niño, me admiraba cómo podía salir de un cuerpo de poco más de metro y medio de estatura un torrente de energía como el suyo, una fuerza vital que le hacía transformarse en otra persona cuando la música lo envolvía con sus acordes. En definitiva, un hombre con un carácter que bien le habría valido ser llamado, como el apóstol Santiago, «hijo del trueno». Y recuerdo con agrado aquellos ensayos conjuntos de la Escolanía y la Capella en que, hasta los más veteranos cantores, atendían con docilidad las indicaciones de un director tan apasionado como él (tengo que reconocer, con una pizca de malicia, que aquel niño que fui disfrutaba cuando el mestre reñía a los cantores de la Capella como hacía con los escolanos, cuando desafinábamos o no seguíamos bien el ritmo). Más tarde, transcurridos casi veinte años desde que dejara de cantar en la Escolanía por el cambio de voz, volví a coincidir con Berenguer, pero esta vez en circunstancias diferentes: ya como hermanos en el sacerdocio.

Entonces tuve la oportunidad de conocer otra de las facetas de don Antonio: la de un amigo acogedor, un magnífico conversador y un compañero siempre dispuesto a echarte una mano ante cualquier necesidad que se te presentara en la parroquia. Pero todavía algo no había cambiado en él después de tanto tiempo... y se podía intuir a través de esa mirada siempre melancólica, siempre anhelante. Y es que, cuando le hablabas de Elche, de la Virgen y La Festa, sus ojos brillaban de gozo y de gratitud por los años vividos en la ciudad que, cada mes de agosto, mira al cielo. De Ella, de la Mare de Déu de l'Assumpció, don Antonio Berenguer dijo lo siguiente: «Su mano de Madre es intercesión que nos libra del reatus patrum nostrorum. Nueva Eva que abre paraísos cerrados, Madre que acuna hijos en su seno, canción de cuna, sueño lleno de ángeles que suben y bajan de nuestros cansancios. Es hermoso el susurro de la madre que aleja nuestros terrores nocturnos». Querido Antonio, escribo estas letras cuando tú ya estás escuchando ese susurro hermoso de nuestra Madre celestial, advocata peccatorum, consolatrix afflictorum. ¡Descansa en paz!