Di las buenas noticias la semana pasada. Ahora vienen las malas. Como decía Moisés Naïm «la tasa promedio de homicidios en todo el mundo en 2014 fue de 6,24 muertos por cada 100.000 habitantes, mientras que los muertos por terrorismo fueron 0,47 por 100.000. Esto quiere decir que, ese año, por cada 13 homicidios hubo una persona asesinada por un terrorista. Los números del terrorismo son relativamente bajos cuando los comparamos con otras causas de muerte». Lo peor: aumentan recientemente, sobre todo desde la invasión a Irak y, antes, a Afganistán.

Más: Si buscamos el número de actos terroristas desde 2001 a 2015 en Europa The Economist distinguía entre los causados por islamistas o asimilados y los causados por otros agentes. Saltaba a la vista el peso que en el total tenían en primer lugar las muertes de Atocha (2004) y, en segundo, las ocasionadas por el noruego Breivik (2011). Si le hiciéramos caso a los negacionistas (el último, Eduardo Zaplana) y atribuyésemos lo de Atocha a ETA o, en cualquier caso, a no-islamistas, la abrumadora mayoría de muertes por terrorismo en Europa habría sido producida por no-islamistas.

Para el caso de los «lobos solitarios», un reciente estudio del Royal United Services Institute for Defence and Security Studies muestra que, entre 2000 y 2014, un 38% del total fueron de extrema derecha y 33% se clasifican como islamistas. Pero son mucho más diferentes en cuanto a su letalidad: los de extrema derecha habrían producido 260 heridos y 94 muertos mientras que los de adscripción yihadista habría herido a 65 personas y matado a 15. El caso estadounidense es extremo: el terrorismo de extrema derecha supera con mucho en incidentes y víctimas al islamista.

Un punto más. Con datos del Global Terrorism Database y del Departamento de Estado estadounidense sabemos que más del 50% de todos los ataques de 2015 se han producido en cinco países, Irak, Afganistán, Pakistán, India y Filipinas, mientras que el 69% de todas las muertes producidas por tales ataques se concentran en cinco países: Irak, Afganistán, Nigeria, Siria y Yemen.

Vayamos a esa pequeña fracción de ataques que son llevados a cabo por islamistas o asimilados en Europa. El Papa Francisco y la revista conservadora The Economist han coincidido en el enfoque, aunque pensando en campos diferentes. El Papa expresaba sus opiniones sobre el asunto del terrorismo y afirmaba que ninguna religión tiene el monopolio de tener miembros violentos (también hay cristianos que practican la violencia) añadiendo que el problema actual no es una «guerra de religiones» (entre el Islam y el Cristianismo) y que es preciso considerar otros factores cuando se afronta el problema de la violencia en Europa. A este respecto, decía: «Me pregunto cuántos jóvenes a los que nosotros los europeos hemos dejado desprovistos de ideales, no tienen trabajo. Entonces caen en las drogas y el alcohol o se alistan en el [Estado Islámico]». Algo parecido a lo que sucede en el mundo árabe. The Economist lo resumía diciendo que «La suerte de los jóvenes árabes está empeorando: se ha hecho más difícil encontrar un trabajo y más fácil acabar en una celda. Sus opciones son, típicamente, la pobreza, la emigración y, para una minoría, la yihad». Violencia estructural que lleva a la violencia directa.

The Economist dedicaba uno de sus «leaders» a lo que titulaba The war within. La revista vendría a decir que el problema de los árabes puede atribuirse al colonialismo europeo o al intervencionismo estadounidense. Cierto. Pero no será mala idea buscar las raíces locales antes de lanzarse a respuestas fáciles y simples.

Curiosamente, el fondo era el mismo que el de un artículo de Shlomo Ben Ami por las mismas fechas sobre el «euroyihadismo», a saber, que hay que tener cuidado con las respuestas fáciles y sencillas y no hay que atribuirlo todo al «exterior» (financiadores, reclutadores y demás). Por lo que se refiere al euroyihadismo, el exembajador de Israel era claro: hay que buscar los elementos «euro» antes de lanzarse a echarle toda la culpa el Islam o los árabes (subrayo el «toda»).

En ambos casos aparecen grupos de odio, barbarie en las redes sociales, violencia policial, exclusión, marginación, explotación y nuevas y viejas formas de violencia estructural y cultural además de la violencia directa y ¡el cambio climático!

En resumen: pongamos las cosas en su sitio y reconozcamos que hay violencias más graves, crecientes, que hay terrorismos tanto yihadistas como no-yihadistas y ambos con raíces internas además de externas. Son esas raíces las que aumentan.