Noruega no deja de ser un país pequeño y su prensa recogió con profusión este verano el fallecimiento de Marianne Ihlen, la ciudadana de este país que inspirara a Leonard Cohen en su celebérrima canción So long Marianne.

Confieso que me emocioné mientras contemplaba las evoluciones de mi hijo Eduard en el skatepark de Kristiansund al leer cómo el cantante, sabedor de que su antigua compañera se preparaba para el que sería su último viaje, le envió una bonita carta en la que le pedía que extendiera la mano para encontrar la suya propia, porque más allá del paso del tiempo y la distancia, su alma estaría a su lado en el momento de partir y la emplazaba a un próximo reencuentro que los achaques de su propia avanzada edad hacían prever no se demoraría demasiado. El artículo aseguraba que finalmente Marianne, antes de expirar, adelantó su mano en pos de la de Cohen.

Así que de repente me encontré embargado por esa emoción que sólo desprenden las causas perdidas y crepusculares como es el caso, aunque verosímiles; porque es perfectamente factible que en determinadas ocasiones los sentimientos puedan sobrevivir a los embates que las vivencias y el transcurrir del tiempo nos infligen, para conservar a la postre esa llama de la que Quevedo dijera sabía «nadar el agua fría», porque la alimentan la lealtad, una comunión en valores, una determinada forma de entender la vida capaz de salvar distancias imposibles y de derrotar el paso del tiempo, porque arden inalterables en lo más profundo de nuestros corazones.

Y mira por donde, al ojear esta vez la prensa nacional, mucho más sencillo ahora con las nuevas tecnologías, me doy de bruces con las admoniciones que dos expresidentes del Gobierno socialistas lanzan al actual secretario general de su partido conminándole a que facilite el gobierno a Rajoy por el bien del país. El que el Comité Federal le ratificara su apoyo no hace nada o que la militancia haya empezado a corear por doquier con retomado orgullo su lema «No es No», no parece importarles lo más mínimo: cual sumo sacerdotes del socialismo patrio han interpretado los designios del oráculo, se impone el sacrificio de Sánchez y ellos se aprestan a ejecutarlo sin el menor miramiento y con la mayor celeridad posible.

Poco han tardado en aflorar los envarados barones (nunca mejor dicho), la inefable Chacón y la imprescindible Valenciano, por si hace falta apuntillar, confiando en que al «reo» no le dé por una consulta a la militancia que les dejaría con el culo al aire, como saben perfectamente. Hasta Rubalcaba que había quedado la mar de aparente describiendo pastorilmente en Facebook los pajaritos que observaba desde su despacho de la facultad no ha podido evitar meter baza.

Pedir a tu propio candidato que se inmole y permita gobernar «por el bien del país» a alguien que lo ha dejado hecho «unos zorros», con fracturas sociales y políticas que tardaremos décadas en suturar (con suerte), y que lo hagan, además, coincidiendo con las campañas electorales en Galicia y Euskadi donde a su partido no se le augura nada bueno, es de una gravedad infinita.

Ni González ni Zapatero son unos pardillos en política. Los dos alcanzaron el poder cabalgando una enorme ola de ilusión y esperanza popular que defraudaron a la postre, como se encargara Pablo Manuel Iglesias de recordar -con bastante mala sombra, por cierto- en el Congreso, en el caso del primero; y en cuanto al segundo, la reforma exprés de la Constitución, su cobardía ante los desahucios y el indulto a un cargo del Santander encarcelado, le habrán de perseguir mientras viva. Eso sí, su actividad como conferenciante de cabecera del democrático Rey de Marruecos no acaba pasándole factura como está a punto de sucederle con su labores de mediador en Venezuela, un fiasco se mire como se mire.

Llegados a este punto, auténtico cruce de caminos, tanto para España como para el propio Partido Socialista, cuyo proyecto de país es el único que nos aleja del abismo, tal vez no estaría demás parar el juego y que algunos extendieran la mano, como Marianne, para ver cuáles son las que cada uno encuentra como compañeras de viaje en esta incierta pero decisiva singladura. Ver en qué casos la llama inicial de los valores socialistas, ha conseguido «nadar el agua fría» y en qué otros es alimentada artificialmente por intereses que poco o nada tienen que ver con los ideales que movieran al Pablo Iglesias original.

Una magnífica ocasión en suma para soltar lastre, abrir velas y retomar el rumbo con decisión, porque estamos en tiempo de descuento y nos va mucho en la partida.