Que el propio sistema político necesita de reformas profundas no deja de ser una obviedad, a estas alturas y visto lo visto. Nuestra democracia está enferma, si, por contagio de actores políticos. También, y en parte, por desidia de la ciudadanía, que no debería aceptar determinados actos, conductas y situaciones, reprobando con más contundencia. El falaz a la rue. Nadie está a gusto con lo que está pasando en nuestro país, nadie rezuma felicidad, hay una sensación de disgusto generalizado. Esto no es por lo que luchábamos -braman muchos-. O como decía J. L. Borges: «He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz». Aunque la felicidad es tan sólo pequeñas dosis de ese estar bien con uno mismo. Da la impresión de que Política y felicidad no se llevan bien, no hay buen maridaje. Pero es que nos hemos de rebelar hasta con nuestro propio yo, porque hasta parece «me mira mal». Exageraciones, me dirán.

Aquí son todo cintas, poses, imágenes, estrategias para «cansar» al contrario, menos dar solución in radice a los sufrimientos de los ciudadanos, a los que el poder político se debe. Me preocupa la pérdida de tiempo que se está lanzando por la borda de este barco de ilusiones que es España. Un año es una enormidad. Enfrascados en dimes y diretes, si son galgos o podencos, o asentados, inmóviles, en algo así como es que «tu cara no me mola». Todo esto es un pesado lastre que tendrán que apechugar en los anales de la historia política de España. Y será, seguro, objeto de estudio, quizá en psicoanálisis, para quienes dentro de veinte o treinta años analicen estos tiempos en que España se paró, tuvo un apagón y nadie era capaz de encender la luz. «Gilipuertas el último» parecen querer decir.

La Democracia moderada o Politeia es la mejor forma de gobierno tomando como referencia la organización social de la ciudad-estado griega, en la consideración de Aristóteles. Muchas cosas están fallando en el sistema. De una parte, (1) los referentes, o mejor, los actores que tendrían que mirarse en estos, en las personas que en los albores de esa forma de gobierno del pueblo insuflaron un hálito de esperanza en un mañana mejor. Transmitieron ilusión, pasión, patriotismo, capacidad de cesión. Convivir es coexistir, no hay que eliminar al contrario. Está fallando (2) la ética como concepto, y como modo y forma de vida, frente al hedonismo y la sinecura o canonjía que todo lo invade. La ética se ha marchado para no volver, tiene miedo de posarse en esta España nuestra. De otra, (3) la falta de objetividad en las administraciones y su utilización artera para aprovechamiento desde su interior y desde sus aledaños. Da la impresión que (4) la función publico-política es algo etéreo, volátil, inaprensible, que no comporta exigencias. Faltan (5) controles en todos los órdenes. El control es el método que hace que cada cual, cada instituto, cada órgano cumpla con su atribución ex lege, demandando ante el exceso la lógica y oportuna responsabilidad. ¿Hay que reconstruir esta democracia nuestra? Pues a lo mejor. Pues al tajo. No hay tiempo que perder.