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En terapia

21 días sin quejarse

Algunas personas acostumbran a quejarse constantemente. De su trabajo, de su sueldo, de sus amigos, de su pareja, del tráfico? Parece obvio que esta actitud está lejos de la felicidad. Pero si analizamos con detenimiento las implicaciones del constante de lamento, puede resultar sorprendente.

Podríamos pensar que quejarse es un modo de sacar nuestra angustia y liberarnos de ella, pero, de hecho, es justo lo contrario. Con los lamentos alimentamos la ansiedad, focalizamos nuestra atención justamente en las aristas negativas de cada acontecimiento. En aquellas que no podemos solventar. Además, raramente nos quejamos ante la persona que nos genera el malestar, con lo que la situación no se soluciona, sino que agrava, se perpetua.

La persona que se lamenta de seguido probablemente se sentirá desdichada, arrojada a una injusta existencia que está plagada de atropellos hacia sí misma. Si hace memoria, encontrará que lo misma sucedía el día anterior, y el mes pasado. La mayoría de los recuerdos de su vida serán angustiosos.

Por eso podríamos pensar que, inconscientemente, se esfuerzan por mantener viva la creencia de que la existencia es esencialmente desdichada. Que son incapaces de disfrutar. Quizá no encontraron demasiada felicidad en su infancia, en el seno familiar.

21 días sin quejarse constituye todo un reto. Podría parecer sencillo, pero no lo es. Una hora sin hacerlo ya resulta difícil. Pese a ello, los resultados serán realmente transformadores. En la primera fase (identificación) es posible que encontremos dificultades para identificar cada protesta, cada resentimiento. Al principio muchos pasarán desapercibidos, así que podemos pedirle ayuda a alguien cercano para que se mantenga atento. A lo largo de la segunda etapa (negación), puede que nos sintamos hipócritas o infantiles por rechazar los aspectos negativos de cuanto nos sucede. Quizá incluso nos parezca ridícula nuestra decisión. Pasados unos días, en la tercera fase (alivio) comenzaremos a experimentar un peso psicológico menor sobre nuestros hombros. La respiración se hará más profunda, el futuro parecerá menos difícil, las situaciones menos complejas. Es aquí cuando constatamos que existe un modo diferente de afrontar la vida.

Pasados aproximadamente 21 días, que es el tiempo que tardan los hábitos en establecerse, accederemos a la cuarta y última etapa (aceptación) que es la más estable, y conlleva el mayor de los retos: acostumbrarse a la aceptación y la calma. Surgirán muchos motivos para la queja, y obviamente nada impedirá que nos entristezcamos cuando las cosas no marchen bien. El dolor y la tristeza forman parte de la vida. Pero podemos mirarlos de frente. Estamos preparados para ello.

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