Aunque el título de esta columna esté referido al liderazgo del secretario general del PSOE, es el partido el que se encuentra en una fase avanzada de un largo proceso de irrelevancia. El debate en el que lleva España desde hace casi un año para elegir gobierno esconde las carencias reales de las que el Partido Socialista adolece desde hace mucho tiempo. La figura de Pedro Sánchez es sólo el corolario de la desubicación ideológica y política del PSOE. La socialdemocracia en Europa se ha visto desplazada por otras alternativas debido a su incapacidad para aportar soluciones a los nuevos desafíos a los que se enfrentan los Estados y sus ciudadanos. Como resulta obvio, ese desplazamiento ideológico ha afectado también al partido que representa la socialdemocracia en España. En su lugar, han cobrado protagonismo los nacionalismos y han emergido los populismos, ocupando la escenografía política española. El PSOE se sostiene gracias a la memoria de una base social cada vez menos incondicional, y la disminución de su protagonismo político es debido a que el tablero político español se está reduciendo a la dualidad de moderados y radicales. Es fácil deducir que los nacionalistas y populistas son vistos como radicales, en cambio, es el Partido Popular el que representa las posiciones más moderadas. La pregunta que hay que formularse ahora es dónde está el PSOE. El Partido Socialista está agotando su crédito.

Los socialistas han gobernado cuando han mantenido una posición moderada y un proyecto social definido. Empero, estos últimos años el PSOE ha sido víctima de una profunda confusión debido a la falta de proyecto político, arrojándose a los brazos de partidos nacionalistas y populistas, sin tener nada que ver con ellos y asumiendo el coste electoral de esta superficialidad. Permítanme que ponga un ejemplo de las consecuencias de este vaciamiento político; hace unas semanas me encontraba con un grupo de empresarios y uno de ellos, del que no puedo decir que fuera inculto o desinformado, estaba convencido de que el alcalde de Alicante era de Podemos, le rectifiqué inmediatamente para decirle que era socialista, no obstante, insistía diciendo que «bueno, pero está controlado por los de Podemos», volví a negar para decirle que Podemos no está en el gobierno municipal; terminó diciendo: «Da igual, eso es lo que parece». Esta anécdota puede extrapolarse a cualquier lugar. Lo que, en definitiva, está diciendo es que el Partido Socialista no está asumiendo el liderazgo político para el que está llamado porque no tiene nada que aportar en estos momentos y las voces más radicales están ocupando el espacio político y desviando la responsabilidad hacia el PSOE.

La urgencia del Partido Socialista es convocar espacios de debate en distintos ámbitos para finalizar en congresos y asambleas que aprueben un proyecto político amplio acorde con las circunstancias actuales. El PSOE no puede seguir dando la imagen de que no tiene nada que ofrecer más allá de la negativa a lo que diga o haga el PP. Es insostenible ver al líder del PSOE que su posición sobre el desempleo es derogar la reforma laboral o sobre la educación es derogar la Ley aprobada por el PP, en definitiva, que su propuesta no sea más que la negación. Igual de insostenible es comprobar que las comunidades autónomas gobernadas por el PSOE tampoco gozan de iniciativa y están sujetas a determinadas veleidades de sus socios de gobierno, como por ejemplo, en la Comunidad Valenciana, al querer imponer el valenciano en la Vega Baja.

En conclusión, la lucha por el liderazgo del PSOE no puede posponer la necesidad imperiosa de volver a dar sentido histórico al PSOE.