El exceso de expectativas sobre las elecciones de anteayer deja como resaca la insatisfacción de un futuro inmediato tan poco despejado como estaba antes de que gallegos y vascos se pronunciaran sobre lo suyo. No sabemos si las que se habían convertido ya de facto en las terceras elecciones serán en realidad un sondeo con urnas de las cuartas, servirán para que los «barones» apuntillen a Pedro Sánchez o para que Rajoy constate que su sucesor no es un adolescente trajeado que se encontró en un paseo electoral en Pontedeume sino un maduro de 55 años con tirón suficiente para sumar tres mayoría absolutas.

Pese al fracaso de los sondeos en junio, las encuestas mantienen casi intacto su valor de faro de campaña, la única orientación visible aunque resulte dudosa. Esta vez los sondeos anticiparon razonablemente los resultados, lo que no deja de ser un triunfo sobre la idiosincrásica ambigüedad de uno de los dos colectivos electorales llamados a votar. Quizá por esa previsión ajustada, el retroceso socialista en Galicia y en el País Vasco quedó atenuado por tratarse de un horizonte ya previsto y descontado de antemano por todos. Incluso por el que se supone que en última instancia pagará la factura, el líder del PSOE, que sin haber terminado la campaña electoral anunciaba ya que ningún descalabro alteraría su firme rechazo a Rajoy. Un rechazo, no olvidemos, al que él pone cara y verbaliza con el "no es no", pero que responde a una decisión bien clara del máximo órgano entre congresos de su partido, en el que se sientan todos los líderes territoriales, todavía callados.

Sánchez mantendrá su búsqueda de alternativa pese a todo, alentado por los indicios de que el rechazo a Rajoy está en sintonía con una militancia y unos votantes polarizados como nunca por los efectos de la crisis y de cuatro años de mandato lapidario del PP. Y también porque no ceder es una forma de resistir a la fricción continua de Podemos, que pese a las lecturas rápidas y ceñidas sólo a las simples cifras, empieza a acusar el efecto de centrar su presión sobre los socialistas hasta convertirlos en un objetivo político prioritario.

Sin caer en la simpleza de una traslación simétrica entre procesos electorales con distinta dimensión territorial, en el País Vasco Podemos sufre un revés respecto a los resultados de las generales y ni siquiera consuma su objetivo de quedar por encima de EH-Bildu. En Galicia no tiene ya marca electoral propia y, por decisión personal de Pablo Iglesias en el último minuto, se sumó a En Marea, lo que supuso una quiebra interna. Son los síntomas de que, al menos en los territorios de lo que son sus confluencias, Podemos comienza a desflecar, lo que le resta potencia electoral para conseguir desplazar al PSOE.

La imposibilidad constatada de no consumar el objetivo primordial de hacerse con el hueco de los socialistas puede alterar el sesgo de los debates internos de la formación morada. Pero esos cambios no son rápidos, por lo que a efectos del desbloqueo político hoy lunes seguimos en el mismo punto incierto de antes del domingo.