ese a que nos encontremos en la antesala de unas terceras elecciones después de que tanto las primeras como las segundas no hayan convencido a nuestra nueva clase política para llegar a pactos que hicieran posible la formación de un gobierno en España -incluida Cataluña-; y pese al hecho de que este domingo se estén celebrando unas elecciones vascas y gallegas que bien podrían determinar cómo está la orina de algún partido político más enfermo que nunca merced a su arrogante líder que sigue postulándose como presidente, con el aplauso de Pablo Iglesias (qué pavor debe tener este socialista solo de pensar que podría acabarse su carrera política), pese a perder clamorosamente las dos anteriores elecciones y dejar a su partido en algunos sitios como tercera o cuarta fuerza; pese a todo ello, digo, en nuestro país, en nuestros ayuntamientos y ciudades, siguen ocurriendo «anécdotas» dignas de reseñar para que veamos que los nuevos políticos, las nuevas políticas, sí que están trabajando para el pueblo y por el pueblo, no como antes, que solo se trabajaba para unos cuantos privilegiados y privilegiadas.

Esta semana hemos conocido que la alcaldesa de Barcelona Ada Colau vuelve a multar a los seguidores de la selección española por su osadía al poner -supuestamente sin permiso- una pantalla gigante de televisión para ver el partido de fútbol entre España e Italia (qué horror, España en la tele, España en Barcelona, y encima gigante). Y ello ocurría la misma semana que el exconsejero de Presidencia de la Generalitat, Francesc Homs, comparecía en el Tribunal Supremo para responder sobre los presuntos delitos de prevaricación, desobediencia y malversación de caudales públicos por el caso del 9-N (la consulta independentista catalana), arropado de políticos catalanes de antes y de ahora -entre ellos el expresidente Arturo Mas- que decían hablar en nombre de toda Cataluña, protagonizando así un inaceptable espectáculo, como lo calificó El País. Esas son la diversas varas de medir que aplican los independentistas catalanes: multar a quienes supuestamente sin licencia colocan una pantalla para ver a la selección española, y se defiende y aplaude a quienes supuestamente cometen el delito de desobediencia por la consulta independentista.

Pero no todo acaba ahí. También hemos conocido que Ada Colau, con el apoyo del PSC y los independentistas, ha aprobado quitar el nombre de Reina Regente (la archiduquesa de Austria María Cristina de Habsburgo, madre de Alfonso XIII, que murió en 1929; por tanto, poco tendría que ver con la demagógica memoria histórica) al salón de plenos del ayuntamiento de Barcelona (antes se había retirado el busto del rey Juan Carlos I), sustituyéndolo por el de Pi i Sunyer, de ERC, alcalde de la ciudad durante la Segunda República. En fin, se nota que vienen en son de paz, tolerancia, concordia y hermanamiento, sin sectarismos, odios ni rencor, sin revanchismos ni exclusiones, abrazándonos unos con otros. Tal como son. Aquí cabemos todos, dicen, aunque tengo la impresión de que unos y unas caben más que otros y otras.

Recordarán mis dos sufridos lectores que el militante y edil de Podemos, Andrés Bódalo, tuvo que ingresar en prisión para cumplir la condena de tres años y medio de cárcel que le impuso la Audiencia Provincial de Jaén al agredir a un concejal socialista. Contaba el pacifista podemita con condenas previas, entre otras por destrozar una heladería de Úbeda para obligar a sus propietarios a hacer huelga cuando formaba parte de un piquete informativo. Pues bien, antes de entrar Andrés en prisión tanto Pablo Iglesias como Errejón, tanto Ada Colau (la misma de antes) como Alberto Garzón, líder comunista de IU y de otras siglas según la localidad donde presentan candidatura, no solo defendieron y apoyaron a Bódalo sin fisuras, con manifestaciones, solicitando para el pacifista el indulto inmediato, sino que incluso la líder de podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez, lo llegó a comparar con Miguel Hernández. La violencia revolucionaria no es violencia, es progreso, libertad. Por eso los comunistas decían que Hitler y Mussolini eran fascistas y dictadores, y Stalin un demócrata. Luego se iban al camarote de Marx para comerse dos huevos duros.

Después de los huevos duros, los revueltos. Hete aquí que este jueves el edil de Guanyar Alacant, Miguel Ángel Pavón, líder de EU, denunció haber sido objeto de insultos, zancadillas y agresiones físicas por parte de «?varias personas -si merecen esa condición-;? fascismo al más puro estilo», lo denominó. Vean las sutilezas semánticas: no son trabajadores y trabajadoras, como gustan decir nuestros más conspicuos izquierdistas, son varias personas -si merecen esa consideración- las que le han agredido. Es decir, en el caso de Bódalo, con sentencia de la Audiencia de Jaén, se trata de un héroe, de un defensor de los trabajadores y trabajadoras, alguien al que se compara con Miguel Hernández. Ahora bien, cuando las supuestas agresiones e insultos van contra mí, es fascismo puro y duro por parte de ciertas personas, si es que merecen esa condición. Vaya, vaya. Va a resultar que el tambor, según para quien toca, es o no tropa. Ya me gustaría visionar de nuevo las bochornosas imágenes de escraches contra dirigentes políticos del PP a las puertas de sus domicilios junto a sus hijos, y que fueron considerados por la progresía universal como la más legítima forma de libertad de expresión, no como fascismo puro y duro. Efectivamente, aquí el tambor sí era tropa. Vaya tropa.