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Crónicas precarias

La culpa

Es una verdad universalmente conocida que las mujeres van provocando el mal a diestro y siniestro. Por eso, cuando a ellas mismas les sucede una desgracia la conclusión resulta obvia: es culpa suya. A veces es por algo que han hecho, otras por algo que no han hecho en absoluto. O que han hecho demasiado. O que no han hecho lo suficiente. No hay escapatoria.

Por eso todos tenemos claro que si te violan es culpa tuya por haberte juntado con malas compañías, ser una fresca o no tener suficiente cuidado al volver a casa por la noche. Claro, te lo repiten o sugieren tantas veces y desde tantos ámbitos distintos que te lo acabas aprendiendo. Sin embargo, hay otras muchas situaciones en las que las mujeres son las principales culpables de los infortunios que padecen.

Por ejemplo, el exnovio de una chica italiana sube a Internet un vídeo en el que ella aparece practicando una felación. La grabación se hace viral y tras meses de acoso y burlas -incluso en programas de televisión- la chica no puede más y se suicida. Algún periódico italiano publica que su error fue «encender la mecha de Internet». ¿Qué hace la Guardia Civil en España? Explicar por Twitter a las jovencitas que es peligroso enviar a sus parejas contenido íntimo. Sobre compartir públicamente material de carácter privado perteneciente a terceros no tenían mucho que comentar según parece. Y sobre que cientos de personas se dediquen a humillar a una víctima del «porno de venganza», quizás tampoco. Culpa suya, por ser una fresca, por dejar que le graben, por no tener suficiente cuidado.

Una chica desaparece en Galicia cuando volvía a casa de madrugada En los medios de comunicación se difunden fotos suyas con pantalones cortos y camiseta de tirantes. Los comentarios de algunos lectores recalcan que enseñaba demasiada carne, que así de corta no se puede ir por calle o que cómo se le ocurre caminar a esas horas sin compañía. Culpa suya por vestir así, por ser una fresca, por no tener suficiente cuidado.

Hace unas décadas había quien justificaba los malos tratos porque las señoras no complacían lo suficiente a sus esposos. Hemos dejado atrás esos tiempos tan ilusionantes y, sin embargo, los posos de culpabilidad siguen acechando en lugares tan inesperados como el nuevo protocolo contra la violencia de género del Ministerio del Interior. En él, se aconseja a las mujeres que eviten las habitaciones «con objetos peligrosos» (vamos, que no entren en la cocina), que practiquen rutas de escape o que pacten señales de alerta con los vecinos. Es decir, que vivan en constante paranoia, siempre alerta. Aunque estas recomendaciones seguramente estén redactadas con la mejor de las intenciones, acaban trasladando a las propias mujeres la responsabilidad de no ser atacadas. Culpa suya por no practicar la ruta de escape, por no hablar con los vecinos, por no tener cuidado.

Pasan los siglos y la culpabilidad que nos persigue se refina, cambia de forma, pero sigue ahí. Ya no tentamos al personal con manzanas prohibidas ni somos acusadas de brujería cuando se estropea una cosecha, pero llevamos minifalda y nos hacemos fotos. En vez de envenenar al ganado y causar enfermedades en la aldea, volvemos a casa solas para ver si con nuestra actitud atraemos alguna calamidad. Así de retorcidas somos.

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