La cumbre de alto nivel celebrada esta semana en Naciones Unidas sobre refugiados e inmigrantes ha servido de bien poco, repitiendo esa retórica hueca y esas frases vacías que se manosean una y otra vez hasta acabar por perder el alma y el sentido. Que hay que regular las migraciones y respetar a los refugiados estableciendo canales legales que respeten el derecho internacional; que las migraciones han sido siempre positivas desde el punto de vista social, cultural, económico y laboral, apoyando el desarrollo tanto en los países que los reciben como en los países de origen que se benefician de las remesas que mejoran el bienestar de sus familiares; que hay que garantizar migraciones seguras, ordenadas, regulares y responsables. Todo esto es algo sabido y estudiado, que se repitió prácticamente con las mismas palabras en la cumbre celebrada el año anterior también en Naciones Unidas y en otros muchos foros, cumbres y reuniones internacionales.

Mientras gobiernos y líderes mundiales pronuncian una y otra vez las mismas frases vacías de contenido, miles de inmigrantes y refugiados mueren ahogados en el Mediterráneo y en el mar de Andamán, o fallecen abandonados en manos de grupos criminales o por el hambre en el corredor centroamericano, el Sahel o el Cuerno de África. Otros muchos, con mejor suerte, se hacinan en campos de refugiados en países como Grecia, viviendo en condiciones que nos recuerdan a los campos de concentración. No es de extrañar que el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, haya dicho esta misma semana que «el mundo es un lugar horrible en manos de gobiernos que cometen atrocidades».

Las cumbres europeas y sus gobernantes manejan también discursos idénticos, hasta que la realidad de los hechos los pone frente al espejo de su irresponsabilidad. En mayo de 2015, cuando decenas de miles de refugiados llevaban meses llegando hasta las costas europeas protagonizando en muchos casos dramáticos naufragios, la Comisión Europea se inventó una respuesta llamada pomposamente Agenda Europea de Inmigración que, según se decía, daría «un enfoque integral para la gestión de la inmigración en Europa», incluyendo como medida de emergencia la reubicación de 160.000 personas necesitadas de protección internacional en función de cuotas aprobadas para cada país. Con posterioridad, distintos consejos europeos ratificaron estos acuerdos, mientras la marea de refugiados seguía llegando a Europa protagonizando marchas a pie de un país a otro que nos recordaban la Segunda Guerra Mundial. Pero el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, declaraba en la cumbre de septiembre de 2015 que «la decisión de reubicar a 160.000 personas constituye un hito histórico, una manifestación encomiable de solidaridad europea» y que solo era el principio.

Sin embargo, el deliberado incumplimiento de los acuerdos de reubicación y gestión de los refugiados está contribuyendo a erosionar y dañar profundamente el proyecto europeo, que vive uno de sus momentos más críticos desde su fundación. La UE ha sufrido una fractura dramática tras aprobar Reino Unido su salida en un referéndum en el que la pésima gestión de la cuestión migratoria y de la crisis de refugiados tuvo un papel fundamental. Esa Europa construida sobre la base de unos valores básicos de solidaridad, de respeto a los derechos humanos y a los tratados internacionales ha saltado por los aires. Y por si fuera poco, una de las señas de identidad de Europa, como era la libre circulación de personas, se resquebraja a pasos agigantados, dejando una herencia de controles, fronteras y alambradas que nos avergüenzan. Esta semana se han empezado a construir nuevos muros en Calais, Francia; en Nickelsdorf, Austria; en la frontera Sur de Hungría; así como en Storskog entre Noruega y Rusia, que se unen a las otras ocho nuevas vallas que se han levantado en los dos últimos años en distintos países para contener la llegada de refugiados.

Y en esta España sin Gobierno y sin horizonte político, la pérdida de criterios morales se proyecta también sobre nuestros compromisos europeos en respuesta a la crisis mundial de desplazados en el mundo. El mismo presidente Rajoy que declara orgulloso que «a mis hijos les diré que di la batalla por los refugiados sirios» tiene el lamentable mérito de solo atender el 2,7% de sus compromisos de acogida de refugiados en España, reduciendo la ayuda humanitaria a mínimos históricos, acumulando un buen número de incumplimientos legales básicos hacia inmigrantes y refugiados que han sido denunciados ante diferentes organismos judiciales e instituciones internacionales.

La mejor política no es solo la que toma buenas decisiones sino la que evita graves errores. Pero la irresponsabilidad, la negligencia y los errores políticos de Europa ante la crisis de los refugiados han contribuido a alimentar una crisis sobre los puntos cardinales de la Unión Europea de consecuencias imprevisibles.

@carlosgomezgil