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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Darle la vuelta

Curioseando una vez más en el «internet de las cosas», descubro una raqueta de tenis inteligente (y cara), que tras el partido te muestra lo que ha pasado en su laberinto de cuerdas: en qué parte ha golpeado más veces la pelota, con qué intensidad, en qué ángulo, a qué velocidad la ha despedido, a cuál la había recibido? Quizá también, no sé, las calorías que has quemado durante el juego, los porcentajes de sudor caliente y frío de tus manos en función de que fueras ganando o perdiendo el Roland Garros? Un robot sofisticado, en fin, bajo la humilde forma de una pala. Doy la vuelta a la página del periódico y leo que la bombona de butano ha subido un 4%. La bombona de butano no forma parte del internet de las cosas. Ningún sensor indica si se va a acabar cuando estás debajo de la ducha, con el pelo enjabonado. Ninguna aplicación te avisa de la hora exacta a la que pasará el camión de reparto. Nadie te ayudará a sacar de debajo del calentador el envase vacío y sustituirlo por el lleno. La bombona de butano es ya un 4% más cara, pero continúa igual de boba. Pobre.

Me entero por la Wikipedia de que estamos rodeados de mil a cinco mil objetos, aunque solo utilizamos quince o veinte. Pasa lo mismo con las palabras: disponemos de cientos de miles, pero nos vamos arreglando con las sobras. Y eso si no vives solo, como multitud de ancianos y ancianas que se pasan el día sin hablar y a los que acaban de subir de precio el butano. En un hemisferio de mi cabeza aparece la raqueta inteligente y en el otro la bombona de butano. Es casi como comparar un hacha de sílex con una de acero. Seguramente, en el internet de las cosas existan ya hachas conectadas digitalmente a la red para saber la intensidad con la que has golpeado el tronco del árbol, cuántas veces, con qué gasto energético, etcétera.

La pesada bombona de butano, junto al iPhone 7, por cuya posesión la gente se pasa una noche haciendo cola ante la tienda de Apple, parece un artefacto de la época de las cavernas. Ya vamos viendo que el internet de las cosas no significa lo mismo que las cosas de internet. A veces basta con darle una vuelta a la frase para situarse en el mundo.

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