Está ahí y no la vemos. O, al menos, no la vemos como se merece. No nos paramos a mirarla detenidamente, a pensar en lo que realmente es. La hemos tenido siempre ahí, ahí arriba; creciendo, menguando y desapareciendo cada cierto tiempo. Hace unas décadas tuvo su momento de gloria pero ya la hemos olvidado. Y, sin embargo, juega un papel fundamental en nuestra vida. Pero no en el plano espiritual sino que, literalmente, desempeña una función básica en la existencia y desarrollo de vida en la Tierra. Es nuestro satélite natural. Es la Luna.

Nuestro único compañero de viaje alrededor del Sol (exceptuando algunos cuerpos menores de los que hablaremos en futuros artículos) es cuatro veces más pequeño que la Tierra. En concreto, su radio es un 27% menor al de nuestro planeta, unos 1.740 kilómetros, casi dos veces la Península Ibérica, y se encuentra a una distancia que oscila entre los 360.000 y los 405.000 kilómetros. Estos dos datos (su tamaño y su distancia) son cruciales para entender un fenómeno que se da con no mucha frecuencia pero que es un espectáculo de la naturaleza y cuya influencia en las diversas civilizaciones ha sido extraordinario, desde los egipcios y chinos pasando por el sometimiento de pueblos enteros ante la perplejidad de los «poderes» de los chamanes mayas, hasta la confirmación de la teoría de la relatividad de Einstein. Son los eclipses de Sol. Y es que da la casualidad de que el tamaño aparente de la Luna vista desde la Tierra es aproximadamente el mismo que el de nuestro Sol, que si bien es 400 veces más grande que la Luna, también se encuentra entre 375 y 415 veces más lejos que nuestro satélite. Como vemos, la relación de tamaños y de distancias es muy similar, lo que hace que cuando la Luna pasa por delante del Sol durante el día pueda taparla total o parcialmente, produciéndose los eclipses totales, anulares o parciales.

Además de servir como «sombrilla» solar durante los eclipses, la mera presencia de la Luna nos afecta de forma directa en otros aspectos. Por el mero hecho de ser un cuerpo con cierta masa, la Luna ejerce una fuerza gravitatoria sobre la Tierra que, literalmente, la deforma. Sin embargo, esta deformación se produce principalmente en el agua, que es donde más se notan sus efectos. Los llamamos mareas. En Alicante, las mareas no son muy importantes, con el nivel del mar ascendiendo y descendiendo un máximo de unos 20 cm. Esto se debe a ciertas condiciones tanto de situación de la ciudad en un mar cerrado como el Mediterráneo, como a condiciones de orden meteorológico que permiten mantener un nivel del mar muy estable a lo largo del año. De hecho, esta fue una de las razones principales por las que en 1983 se decidió ubicar la cota cero en nuestra ciudad, midiéndose a partir de entonces todas las altitudes en España con respecto al nivel del mar en Alicante. Por comparación, la mayor diferencia en el nivel del mar inducida por las mareas se produce en el Mont Saint Michel (Francia) donde las variaciones llegan hasta casi los 14 metros. Este fenómeno, además, tiene una importante influencia en algunos ecosistemas como es el caso de los manglares.

La formación de nuestro satélite, sin embargo, es aún motivo de debate entre la comunidad científica. No obstante, en los últimos años se han hallado importantes evidencias que indicarían que su nacimiento se debió a la colisión entre una proto-Tierra (a la que se ha dado el nombre de Theia) y otro planeta en formación. Aunque la idéntica composición de ambos cuerpos pone trabas a que este sea el verdadero mecanismo de formación, recientes estudios apuntan a que existiría una cierta probabilidad de que los dos protoplanetas tuvieran ya composiciones similares, explicando así esta semejanza.

Finalmente, otra de las curiosidades de nuestra compañera espacial es que siempre nos presenta la misma parte de su superficie, la misma cara. La explicación de este hecho es al mismo tiempo simple y, en un principio, difícil de creer. Y es que lo que ocurre es que su periodo orbital (lo que tarda en dar una vuelta alrededor de la Tierra) coincide exactamente con el tiempo que tarda en dar una vuelta sobre sí misma, 27.21 días aproximadamente. Increíble pero cierto. De hecho, sabemos que este tipo de sincronizaciones son producto de la fuerza gravitatoria cuando se cumplen ciertas condiciones. Y lo hemos podido ver en otros sistemas lunares (como el caso de algunas lunas de Saturno), e incluso en otros sistemas planetarios (como Glieses-581) en los que el planeta presenta siempre el mismo lado a su estrella (siendo siempre de día en una mitad del planeta y siempre de noche en la otra) .

Y es que la naturaleza, el cosmos y su armonía, no deja de sorprendernos, de maravillarnos y de inspirarnos. Cuando miréis a la Luna, pensad en ella no solo como un cuerpo exterior, suspendido en el espacio pero tan cerca que podemos contemplarlo a simple vista mejor que a cualquier otro astro de la esfera celeste, sino también como ese compañero que camina junto a nosotros en el incansable discurrir alrededor del Sol. Seguro que entonces empezareis a verla con otros ojos.