Según los recientes datos publicados por la Unión Europea (UE), el crecimiento acumulado en los últimos cuatro trimestres por la economía española en términos de PIB (producto interior bruto), fue del 3,1%. En el mismo periodo, las principales economías de la UE crecieron a ritmos muy inferiores, por ejemplo, Alemania: 1,7%; Francia: 1,4%; Italia: 0,8%; Holanda: 1,7% y en el conjunto de los países de nuestra área geográfica el crecimiento del PIB fue en los últimos cuatro trimestres del 1,6%.

Simultáneamente, en la esfera política se está desarrollando una batalla dialéctica y de representación en la que los dos grandes partidos hegemónicos desde la restauración de la democracia han visto cómo eran rechazados por la Cámara Alta sus programas de gobierno en sendas sesiones de investidura de los candidatos propuestos por ambos partidos y después de casi diez meses sigue funcionando el Gobierno central con un ejecutivo «en funciones», con escasa capacidad de proponer o adoptar medidas al tener esa condición de provisionalidad. Y no se descartan unas terceras elecciones ante la falta de un acuerdo sobre los candidatos y sobre los programas.

Nos preguntamos: ¿por qué toda esta incertidumbre política no está afectando, hasta el momento, a los ritmos de crecimiento económico de nuestro país?

Nadie puede creer que exista una única respuesta a esta cuestión, son múltiples los factores que pueden explicar esta, cuanto menos, curiosa situación. Pero no me resisto a intentar darle un enfoque económico sencillo, con toques de buen humor a lo que está sucediendo, acudiendo a nuestros clásicos del pensamiento económico -que los tenemos bastante olvidados- ante el cortoplacismo reinante.

Que diría Adam Smith, autor de la Riqueza de las Naciones, texto de gran influencia en las generaciones posteriores, quizás lo explicaría por el efecto de «la mano invisible» que hace que los inversores (ricos) son llevados por una mano invisible a hacer con la misma distribución de las necesidades de la vida que se hubieran hecho si la tierra se hubiera dividido por partes iguales entre todos su habitantes, de este modo progresa la sociedad y proporciona medios y podría añadir que «la acción gubernamental es buena cuando promueve el bienestar natural y constituye una interferencia en la naturaleza y, en consecuencia, es mala cuando perjudica los intereses generales de la sociedad».

Sobre esta situación peculiar que estamos viviendo, una segunda interpretación la podría hacer Quesnay y los Fisiócratas, si levantaran la cabeza, quizás pusiesen el acento en la velocidad circulatoria del dinero y los efectos positivos de las políticas monetarias expansivas, de esta forma el mayor flujo de dinero en su ciclo circular, por medio del cual se intercambiaba la producción, se generaba riqueza y ésta pasaba a las manos de las clases productoras y recolectoras, volviendo finalmente al punto de partida sin intervención del Gobierno.

Intentado encontrar alguna aclaración a nuestra cuestión inicial, una tercera explicación, más reciente, podría darla Hayek y sus compañeros de la Escuela Austriaca, todos ellos de gran influencia en el pasado siglo, sus tesis defienden que las instituciones de la sociedad, las leyes, los mercados, los gobiernos o incluso el sistema de precios no eran un invento o diseño humano para responder a determinadas necesidades, sino que eran fruto de «un orden espontáneo» resultado de la acción humana en un proceso de prueba y error, y las acciones que sirven perduran en el tiempo, por eso defendían que no debería haber interferencias gubernamentales en la acción individual espontánea, es decir, crecemos espontáneamente.

Y por último, también reciente en el tiempo son las posibles explicaciones que daría Buchanan de esta peculiar situación. Él, que extendió la aplicación de la teoría económica a las decisiones políticas y gubernamentales y que le valió el Nobel en 1986, quizás podría decir que las decisiones políticas realizadas por los estamentos del Estado necesariamente generan costes a los particulares y a la sociedad en su conjunto y el coste de la toma de decisiones se convierte en un factor que influye decisivamente en la eficiencia social y ante la ausencia de decisiones, por la ausencia de gobierno, los costes se reducen y mejora la eficiencia y la producción.

En cualquier caso, son cuatro visiones, aunque podrían completarse con otras cuarenta corrientes de pensamiento económico que darían explicaciones diferentes o matizarían las anteriores. No obstante, un común denominador de las cuatro se encuentra en que hay que ser honestos y no anotarse puntos que no nos corresponden y que el PIB no se alimenta solo de la acción del Estado, la mayor parte lo deciden libremente los ciudadanos y las empresas, y eso también cuenta.