¿Se puede tener interés a la hora de llevar a cabo una conducta y hacer las cosas lo mejor posible y hacerlo sin pensar o esperar recibir algo a cambio? Esta pregunta encierra una relevante carga de profundidad sobre la que no muchas personas pueden asumir como propia. Y no pueden hacerlo porque las personas, la inmensa mayoría, suelen moverse en la vida por la teoría de las compensaciones a la hora de realizar algo, pensando o valorando si hacer algo les compensa, o si van a llevarse algo a cambio de hacerlo. Si no es así puede que la respuesta a la pregunta evacuada por alguien acerca de si van a ejecutar una acción que se les pide sea negativa. ¿Y qué gano yo con eso? Suelen contestar.

Sobre este tipo de interés «especial» podría escribirse mucho y largo, porque en sí mismo considerado el interés es algo en lo que alguien pone especial énfasis en conseguir que algo sea eficaz y sirva para algo o para alguien. Además, suele hacerse con un esmero específico, porque el propio interés en conseguir ese fin requiere que la metodología empleada en desarrollar ese acto concreto sea más positiva. Pero la cuestión clave radica en apreciar si quien va a desarrollar ese acto pondría el mismo énfasis si no hubiera una respuesta o contraprestación concreta de alguien que ha encargado esa acción, o que es quien necesita de la otra persona que actúe de una manera concreta. Así las cosas, si alguien nos pide que hagamos algo o desarrollemos una conducta no deberíamos valorar si vamos a recibir algo a cambio, sino que vamos a desarrollar esa conducta sin esperar nada. En eso consiste la verdadera lealtad. En eso consiste la especial disposición que se espera de alguien que sabes que no te va a fallar. Porque si para hacer esa conducta vas a exigir que se tenga una contraprestación contigo, entonces es cuando existe ese «interés» que no va a ser apreciado por nadie, porque es como si lleváramos a cabo un contrato de arrendamiento de servicios, es decir una contratación con alguien para que a cambio de un precio otra persona nos realice una determinada acción. Pero para eso no hacen falta amigos o personas en quien depositar nuestra confianza. Si todo en la vida consiste al final en esperar algo de alguien si te piden que lleves a cambio una acción es cuando nos damos cuenta la deshumanización en que ha caído una sociedad en la que todo el mundo exige o espera que le recompensen cuando tiene que realizar una conducta.

El «interés desinteresado» es la virtud del amigo, de quien lo vas a tener siempre al lado, del que sabes que no te va a fallar. Que estás seguro que cuando le llames por teléfono va a estar ahí. Que no va a esperar nada a cambio de que le pidas que te ayude en algo en concreto.

Esa persona que actúa sin interés en recibir algo a cambio pondrá, sin embargo, todo su «interés», considerada esta acepción ahora como celo o esmero, en conseguir lo que le pides. Pero no te pedirá nada a cambio. No te exigirá que le recompenses con algo para hacerlo. Porque estas cosas se hacen porque se entiende que deben hacerse, y no considerado como si fuera una obligación en modo alguno, sino como una «obligación moral» de hacer algo por hacer el bien a una persona cercana que lo necesita y que forma parte de tu vida. Nada más y nada menos. Pero sin esperar que esa persona te recompense con algo. Si luego quiere hacerlo será una decisión personal suya, pero el «interés desinteresado» consiste, precisamente, en hacer algo sin esa espera de la contraprestación. Y si quien recibe el favor luego desea compensar a quien le ha ayudado con algo será distinto, pero no entrelazado directamente con una exigencia que requiere quien recibe el encargo, sino que se hace de forma voluntaria y, como estamos diciendo, desinteresada. En eso consiste la filosofía de lo que estamos tratando, como una actitud de vida. Pero una forma de ser que, desgraciadamente, ya no se ve, porque la sociedad cada día está llena de personas que actúan por interés y que se mueven por él. Y es esta una de las razones del declive de los valores y de la perdida de la credibilidad de las personas. Por eso, a la sociedad le cuesta tanto mejorar en todo, porque es «interesada» y porque casi todo el mundo espera «algo» si debe desarrollar una conducta. Si fuera al revés y todos trabajáramos o hiciéramos las cosas porque sabemos que hay que hacerlas para mejorar la sociedad todo funcionaría mucho mejor. La pena es que no es así y quienes actúan con «interés desinteresado» se ven a cuentagotas.