La crisis económica, amén de otros muchos problemas, ha causado una dramática situación para el empleo juvenil. La tasa de paro de los jóvenes activos ronda el 64,10%, entre los 16 y 19 años, el 42,60% entre los 20 y 24 años y de 26,90% entre los 25 y 29 años. Cuatro de cada diez jóvenes parados buscan un empleo desde hace más de un año. Uno de cada cuatro ni estudia ni trabaja. A pesar de la caída de la población juvenil, no se han aliviado sus problemas de empleo y además en los últimos cuatro años la cifra de jóvenes parados ha aumentado en casi un millón, cuando su población se reducía en una cantidad similar.

Es cierto que no se ha perdido todo el empleo juvenil creado en el potente ciclo de crecimiento económico que vivió España desde mediados de los años noventa y podemos afirmar que ahora, a pesar de la severidad de la crisis, todavía hay más jóvenes ocupados de los que había al inicio de 1994, el momento peor de la anterior crisis. Pero este hecho, en todo caso, no resta gravedad a la situación actual.

El paro de los jóvenes no es el único problema, es la consecuencia de otros problemas del mercado de trabajo español que preceden a la crisis. Es todo el modelo español de inserción laboral de los jóvenes el que no funciona desde hace más de cinco años y vamos a ver cómo algunos de sus rasgos resultan demasiado peculiares en el contexto internacional.

España tiene tasas de abandono escolar temprano no superadas por ningún país desarrollado, son jóvenes de entre 18 a 24 años que salieron del sistema educativo sin conseguir un título de educación post-obligatoria con contenido profesional. Estos jóvenes sin cualificación consiguen niveles muy bajos y decrecientes de empleo, es por lo que cada crisis les ha expulsado del empleo en grandes cantidades. Cada ciclo de crecimiento les ha dejado en una situación algo peor que la anterior.

La rotación entre empleo y desempleo ha sido y es extraordinariamente alta, es un nivel muy superior a países como Francia e Italia, con parecido peso de las actividades económicas más estacionales. La rotación ha sido una pauta predominante del empleo juvenil, incluso en las etapas con niveles más altos de empleo. En las últimas tres décadas, el empleo temporal se ha consolidado como el principal mecanismo de flexibilidad de costes laborales y como el patrón biográfico universal de inserción laboral.

La generalización de la temporalidad ha ido «infectando» la gestión de los recursos humanos en empresas y servicios públicos. Por ese medio, empresas y administraciones obtienen algunos beneficios inmediatos de un patrón de flexibilidad cuyos efectos a medio y largo plazo son la reducción de la productividad y el aprendizaje de un bajo compromiso con los resultados del propio trabajo. Parece como si toda la sociedad nos hubiéramos adaptado a la cultura de la precariedad.

Los jóvenes españoles con educación universitaria destacan en la comparación internacional por tener los mayores desajustes entre sus cualificaciones formativas y las necesidades del puesto que ocupan. Ese nivel de desajuste ha permanecido estable desde mediados de los años noventa, motivo por el cual el subempleo es demasiado frecuente y es una de las principales causas que el diferencial del salario por haber conseguido un nivel educativo superior se venga reduciendo para las generaciones más jóvenes.

La propensión de los jóvenes a retrasar su emancipación de los hogares de origen está muy extendida: hasta los 27 años más de la mitad de los jóvenes siguen viviendo con sus padres. Esta situación, claramente relacionada con el desorden de la inserción laboral, no estimula el desarrollo de actitudes y conductas más proclives a la iniciativa personal, la movilidad y la asunción de riesgos en todas las esferas de la vida.

Los síntomas de desafección y malestar entre los jóvenes son preocupantes y crecientes, en la esfera de los asuntos públicos, los jóvenes españoles muestran dosis altas de indiferencia y desconfianza hacia las instituciones y los actores políticos; también de alejamiento de las vías convencionales de participación política.

Los problemas que plantea el persistente desequilibrio del mercado de trabajo son de interés general y debieran resolverse por iniciativa del Gobierno de la nación, cuando lo haya y, si fuera posible, en el marco de un gran pacto de Estado. No atañen sólo a la relación entre trabajadores y empresarios, es la totalidad de la ciudadanía la que carga con sus consecuencias. Son las oportunidades vitales de muchos y el bienestar de todos lo que está en cuestión.

Ahora es ya de extrema urgencia una gran iniciativa pública en favor del empleo juvenil. Esa iniciativa podría ir en múltiples direcciones pero desde mi punto de vista considero estas cuatro como prioritarias:

1. Mejorar la calidad y el atractivo de la educación profesional: formación dual. 2. Reducir costes laborales. 3. Acabar con la cultura de la precariedad: contrato único. 4. Fomentar la iniciativa económica y la cultura innovador.

Semejante esfuerzo bien vale la pena, todos nos debemos volcar sin reservas, cada uno desde el puesto que ocupe en esta nuestra sociedad, en aras de conseguir para nuestros jóvenes un empleo digno y estable que les ayude como personas, trabajadores y ciudadanos encargados de ganar el futuro para nuestro país.