Ruth Gasparini es la neuropsicóloga de la Unidad de Demencias del Hospital General Universitario de Alicante, que dirige, y con acierto, el doctor Monge Argilés. La conocí hace dos años en un acto que, con motivo del día internacional del Alzheimer, la Universidad Permanente y el Colegio Oficial de Psicólogos de la Comunidad Valenciana (Grupo de Trabajo de Envejecimiento de Alicante) organizaron, con la colaboración de la Asociación Gerontológica del Mediterráneo, en la Sede. Un evento emotivo, como lo suelen ser todos los dedicados a este mal que nos amenaza sin distinción.

Me sorprendió el dinamismo de esta joven profesional y tuve el pálpito de que «la chica vale mucho». Vi la fuerza de quien trabaja con la ilusión a flor de piel, investigando las causas del mal del siglo.

El Alzheimer se nos ha metido en la sociedad, se ha enseñoreado durante lustros burlándose de ella, esquivando y desairando médicos y medicinas; ignorando grandes amores, la de los cuidadores que se han dejado la vida entre las telarañas creadas por la desmemoria, la inquietud, la desorientación y el mal genio del ser querido.

Y, ahora, justo cuando en mi jubilación acabo de cumplir los setenta, he confirmado, me he dado cuenta que existe una conciencia, tal que es como una ola trascendente, de investigadores, estudiosos, jóvenes experimentados que intentan que sea la sociedad la que se meta dentro del Alzheimer con el fin de trastocar su dictatorial sistema. Es la solución.

Un joven que participaba en la reunión nos hizo una doble pregunta. Al doctor, ya metido en años, sobre cómo era la enfermedad en los ochenta. A la doctora, espléndida en su juventud, cómo es actualmente. Y que importante la consulta. Hace tan solo veinte años el Alzheimer aparecía como un fantasma que se comía las neuronas de sus víctimas y el corazón de las familias. Sobre todo, miedo.

Ruth Gasparini propuso la esperanza. Como tantos investigadores de la «nueva ola». La esperanza que emana de la fuerza de la observación y del estudio. Es la confianza que nos llega al leer: «Hemos empezado a investigar la terapia génica con telomerasa en dolencias neurodegenerativas como el Alzheimer». Lo dice María Blasco, del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. Aire fresco. Aire ya conocido hace años pero que nos suena a nuevo. Es el deseo, esa corriente de esperanza que intentamos propagar algunos desde hace tiempo y ahora observamos desde la barrera del retiro. En cierto modo es el resultado de nuestro esfuerzo.

El problema es sentirse implicados. La implicación personal o social remueve sentimientos. Y, detrás de la implicación va la fuerza de la conciencia que empuja, y es cuando veremos cómo las demencias, la demencia degenerativa, el Alzheimer, comienza a resolverse. Porque nuestra implicación, la nuestra, la suya, impulsa a la ciencia aunque parezca mentira. No hay que averiguar, ¿cómo va la investigación sobre Alzheimer? Hemos de preguntarnos sobre la aportación de cada uno de nosotros en el problema.

Coincide este año la celebración internacional del día del Alzheimer con el espectáculo de Sus Señorías, trastocando sus intereses por un escaño, sin ponerse de acuerdo en qué es lo que quieren, pasando por encima de nuestra libertad, cobijándose en el Sistema. Olvidando que España necesita esos millones de euros que nos cuesta que se pongan de acuerdo, que cuesta una España sin Gobierno, sin ningún pudor (qué parte del pudor es la que no entienden Sus Señorías para llegar a un consenso). Se necesitan para acabar con la pobreza infantil o para seguir investigando sobre este mal que hoy conmemoramos.