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Arturo Ruiz

Bailes

El otro día fue mi cumpleaños. A ustedes les importará un comino, pero comprenderán que, sin ser una noticia internacional, fue un hecho trascendente: todo el que cumple años descuenta vida. Bueno, a lo que iba. Hicimos una fiesta, vinieron a casa una veintena de amigos y mi hija, que tiene 3 años, me regaló bailes. Colocada en el lugar de privilegio del salón, mi hija lo bailó todo: la música que pusieron los invitados y hasta la que me gusta a mí, que es bastante más difícil. Durante una eternidad, no paró de dar vueltas y de reír, y ese fue mi regalo y el de su madre.

Unos cuantos días más tarde, mi hija fue al colegio por primera vez y fue como si la perdiera un poco: la entregué a un sistema ajeno y hostil, voraz, del que ya no se regresa nunca. Ahora va al P-3, que ya de por sí suena a algo terrible, pero lo peor es que eso sólo ha sido el comienzo. Después vendrán el P-4 y el P-5 y más tarde Primaria, Secundaria, ESO, Bachillerato, FP, la Universidad y los másters, muchos másters. Se enfrentará a crudos exámenes con logaritmos, ecuaciones y otros infiernos inventados por los hombres; se someterá a sórdidas entrevistas laborales en empresas temporales de trabajo; y se inscribirá, previo paso por eternas colas ante lentas ventanillas administrativas o incomprensibles papeleos burocráticos, en todas las listas de este mundo, incluida la del padrón del pueblo, la del censo del INE o la del ambulatorio del barrio. Y a cada año se introducirá un poco más en el sistema y a cada año será un poco menos mía.

Conocerá, posiblemente también, los amaneceres fríos con odiosos despertadores para acudir a trabajos no deseados, las noches interminables en los hospitales, las incertidumbres del futuro y de las cuentas bancarias, las soledades de paisajes extranjeros y lenguajes extraños, la desazón del desamor y del odio en todas sus expresiones incontables.

Y es verdad que también conocerá amigos, viajes, juegos, playas, risas, fines de semana, chimeneas, palabras, poemas, libros, acantilados, lunas, besos, océanos, ágapes, películas, cómics, crepúsculos, músicas, acuarelas, constelaciones, dársenas, barcas, escenarios, canciones y todas las otras cosas buenas que han inventado los hombres y sus dioses. Pero ya no podré librarme nunca más de la sensación de que es ahora, tras este cumpleaños y en este P-3, cuando arranca una pérdida paulatina e irreparable y de que ya nunca será tan mía como esa noche en que parecía bailar solo para mí. Antes de que comenzara todo y se viniera encima la vida, tan dura, tan inevitable.

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