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Juan R. Gil

Trabajar y que se note

rancisco Camps. José Luis Olivas. Gerardo Camps. Juan Cotino. Víctor Campos. David Serra. Ricardo Costa. Lola Johnson. Angélica Such. Milagrosa Martínez. Luis Rosado. Manuel Cervera. Vicente Rambla. Luis Fernando Cartagena. Rafael Blasco. Yolanda García. Consuelo Císcar. Vicente Aparici. Vicente Sanz. José María Tabares. Juan Carlos Gimeno. Javier Maroto. Carlos Fabra. Alfonso Rus. José Joaquín Ripoll. Mónica Lorente. Sonia Castedo. Juan Seva. Andrés Llorens. Pedro Hernández Mateo. José Manuel Medina. Mayte Parra. Kiko Sánchez. Bernabé Cano. Juan Roselló. Manuel Abadía. Ginés Sánchez. David Costa. Luis Díaz Alperi. Juan Zaragoza. Máximo Caturla. Marcos Benavent. Clara Abellán. Alfonso Bataller. Rafael Betoret. Alicia de Miguel. Pedro García. Dora Ibars. María José Alcón. Mari Carmen García Fuster. Juan José Medina. Emilio Llopis. Antonio Rodríguez Murcia. Antonio Lidón. Araceli Vilella. Serafín Castellano. Esteban González Pons. Enrique Crespo. Társilo Piles. Isaac Vidal. Niurka Montalvo. José Ramón García Santos. Jorge Vela. Luis Lobón. José Juan Morenilla. Juan Carlos Gimeno. Antonio Lorenzo. Manuel Vilanova. Manuel Álvaro. Pedro Lloret. Lorenzo Agustí. Ernesto Sanjuan. Lola Carbonell. José Manuel Gálvez. Francisco Pérez Trigueros.

Y también Rita Barberá. Rita, también.

Es una nómina apresurada e incompleta. Hay expresidentes de la Generalitat y de las Corts. Exconsellers y expresidentes de Diputación (de las tres diputaciones). Exalcaldes y exconcejales. Algunos (pocos) han visto ya archivarse sus casos. Otros (que suman una cantidad relevante) cumplen o han cumplido penas de prisión. La mayoría están a la espera de que se sustancien las investigaciones que pesan sobre ellos. Pero todos están fuera de la vida política o, en el mejor de los escenarios, malviviendo en la periferia de la misma, esperando un improbable milagro que les devuelva algo del lustre que tuvieron. En todo caso, no es una sino dos generaciones de políticos de un mismo partido, arrasadas por los escándalos producto de una corrupción que fue organizada y acabó siendo sistémica. Demasiadas veces se afirma que en España la corrupción no se paga, pero el recuento de lápidas que acabo de hacer demuestra que eso no es cierto, como también lo probó el hecho de que en las últimas elecciones municipales y autonómicas los populares perdieran el gobierno de la mayoría de las instituciones y en las elecciones generales la abultada mayoría absoluta de la que gozaban. Y, sin embargo, el PP continúa siendo el partido más votado y en la última convocatoria, coincidiendo con el descubrimiento de nuevas tramas de saqueo, ha logrado incluso volver a la senda del crecimiento.

Algunas de las razones de por qué esto sucede pudieron verse esta semana en las Corts. Para el público, el primer debate sobre Política General (popularmente, sobre el Estado de la Comunidad) al que Ximo Puig se enfrentaba como president de la Generalitat será el debate clandestino, el inexistente. Fuera del hemiciclo nadie estuvo pendiente ni el miércoles ni el jueves de otra cosa que no fuera la caída de Rita Barberá, imputada y tránsfuga, que ha pasado de icono a guiñol, símbolo del ocaso de una época y un régimen. Pero en las filas de la izquierda, da igual en qué formación se milite, lo sucedido en ese debate, si no son estúpidos, que no lo son, forzosamente tendrá que abrir una profunda reflexión e impulsar cambios de mucho mayor calado que el baile de nombres que se produjo este mes de agosto en el segundo escalón del Gobierno.

Porque Isabel Bonig ganó. Increíble. Pero ganó. Increíble porque todo lo tenía perdido. Con que alguien dijera Rita, se tenía que sentar cabizbaja. Pero Bonig salió a hacer su trabajo y lo hizo bien. Tiró de demagogia hasta decir basta, pero la usó con desparpajo y con convicción. Mantuvo el ritmo del martillo pilón y frente a un Ximo Puig plano en fondo y forma, hizo que la pregunta que permanentemente sobrevolara la sala fuera qué había desayunado la bancada del PP y por qué no había tomado lo mismo la del Consell y los grupos parlamentarios que le apoyan.

Bonig se preparó la intervención como si le fuera la vida en ello, señal de inteligencia porque efectivamente para ella cualquier debate es un examen de fin de carrera. Subió a la tribuna, como la única dispuesta a comerse el marrón. Bajó de ella, como lideresa del PP. Ahora sí. Su discurso, tomado punto a punto, fue tramposo. Pero en su conjunto, resonó como un trueno, mientras que el del president, por momentos, llegó a resultar inaudible.

Lo que se puso negro sobre blanco el miércoles, en ese primer enfrentamiento entre el jefe del Consell y la jefa del PP, es que Puig no tiene equipo. Da igual si los asesores con que cuenta Presidencia más los que pueblan las distintas consellerias son muchos o pocos. El problema es que son mediocres. Y también que el mestizaje hace aguas, no es operativo, es ineficiente. No es que no trabajen, como les espetó Bonig: es que trabajan mal y, en demasiados casos ya, trabajan enfrentados entre sí y desde la desconfianza de los unos con los otros. Esta Generalitat gobernada por el bipartito que encabezan Puig y Oltra está muy alejada del caos que muchos pronosticaban -hasta la propia Bonig tuvo que reconocerlo- y sabe lo que quiere hacer, pero le está costando demasiado encontrar la forma de hacerlo y, sobre todo, carece de un discurso que vaya renovándose conforme avanza la legislatura. Parece que estemos todavía en la investidura, y ya hemos consumido de largo el primer curso de una carrera de cuatro. No hay relato, que dirían los modernos. Ni para la Comunidad en su conjunto, ni para Alicante, donde se ponen en marcha un sinfín de acciones sin que nadie las ensamble en un cuerpo con propósito y las defienda en el día a día.

A pesar de que este es un Consell formado por dos fuerzas políticas que luchan por un espacio similar; a pesar de que siendo eso así, ese gobierno ha sobrevivido incólume a dos elecciones a cara de perro en menos de un año; a pesar de que en todo este tiempo los peores enemigos los ha tenido dentro y no fuera (el alcalde de Alicante, Gabriel Echávarri, se presentó en la tribuna de invitados de las Corts, se entretuvo con el móvil mientras el president intervenía y se fue antes de que acabara sin siquiera saludarlo); a pesar de que en el Parlamento tiene que apoyarse en un grupo, el de Podemos, roto y falto de preparación; a pesar de que alguna conselleria, como la de Educación, confunde los principios con el sectarismo; a pesar de todo eso, digo, hay un solo gobierno, no un gobierno dividido, y hay una idea compartida de hacia dónde debe ir esta comunidad. Pero eso no puede sostenerse porque el presidente y la vicepresidenta tengan buena sintonía o porque los consellers coman muchos días juntos. Se trata de un gobierno, no de una pandilla de amigos.

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