En el extremo septentrional de Mallorca se halla la península de Formentor y, en sus confines, el Cap de Formentor, «finis terrae» de la «Insula Maior», donde la Sierra de Tramontana se adentra en el mar coronada por el Faro al encuentro de otros vientos.

Muy cerca de allí, en un enclave prodigioso, se alza desde 1929 el hotel Formentor, un edificio que acoge desde antiguo a pintores, poetas y literatos para conversar sobre lo divino y lo humano.

Conviene una breve mención sobre el origen del lugar que fue, según se ha dicho, «la fantasía de un poeta». El hotel fue fundado por un acaudalado bonaerense, Adan Diehl, que se enamoró del lugar y adquirió la heredad a la familia del también poeta Miquel Costa i Llobera. Esta historia ha quedado plasmada en el libro: Formentor, la utopía posible, escrito por Carme Riera y que ilustra espléndidamente los avatares del hotel.

En 1931 daba comienzo la Semana de la Sabiduría, también denomidada Semana de la Filosofía, pero el sueño duró cinco años. Diehl, abrumado por las deudas, permitió a Strauss y Perlowitz (de la unión de sus nombres deriva la palabra estraperlo) instalar una ruleta. Fue el fin. Después de las guerras, los empresarios mallorquines se hicieron con el hotel. En 1959, la amistad entre Tomeu Buadas y Camilo José Cela, propició la organización de las Conversaciones Poéticas de Formentor, la creación del Premio Formentor de Novela, que recayó en Juan García Hortelano, y del Premio International de Literatura que fue concedido «ex aequo» a Samuel Beckett y a Jorge Luis Borges.

Durante esta década, Formentor se convirtió en uno de los foros literarios más reconocidos, acogiendo a destacados intelectuales y alcanzando fama internacional. Existen pocos lugares tan propicios para la poesía y la literatura como Formentor.

El paisaje es, en gran medida, responsable de su embrujo, un «locus amoenus», un reducto poético en la isla que vió nacer a Ramón Llull y morir a Robert Graves.

No es de extrañar que su árbol por excelencia sirviera de inspiración a Miquel Costa i Llobera para crear su hermoso poema El Pi de Formentor: «Mon cor estima un arbre! Més vell que l'olivera, més poderós que el roure, més verd que el taronger, conserva de ses fulles l'eterna primavera, i lluita amb les tormentes que assalten la ribera, com un gegant guerrer...»

Son conocidos lo versos de Jaime Gil de Biedma en Conversaciones poéticas: «Y yo pedí, grité que por favor que no volviéramos nunca, nunca jamás a casa».

En la actualidad, el hotel pertenece a la familia Barceló que ha sabido salvaguardar e impulsar su tradición literaria. Un mallorquín ilustre, Basilio Baltasar, es el organizador de las celebradas Conversaciones Literarias que congregan a un plantel de intelectuales en la Sala Orfeo, en torno a un tema monográfico. El diálogo de este año, a propósito de los espíritus, fantasmas y almas en pena, ha resultado una suerte de contubernio órfico de elevado nivel. El público, absorto, no volvió la vista atrás, a diferencia de Orfeo, pero allí estaba, era Eurídice, reaparecida en la sala que lleva el nombre de su amor para hacer su peculiar aportación ¿acaso no era ella también un alma en pena?

Basilio Baltasar preside, además, el jurado del Premio Formentor de las Letras, «un premio legendario», según sus palabras, «consagrado a la literatura, a la ensoñación que inspiran las grandes obras literarias» que él mismo, junto a Carlos Fuentes, rescató «de las cenizas del pasado». Precisamente, el primer galardonado en 2011, año del quincuagésimo aniversario de su creación, fue el propio Carlos Fuentes. Después le sería concedido sucesivamente a Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas y Ricardo Piglia. Este año, el fallo del jurado permite que «el premio regrese a su recorrido histórico y consolida la obligada búsqueda de lo excelente».

Roberto Calasso, ha sido el galardonado en esta edición como reconocimiento a su ingente obra que, según el jurado, «discurre por senderos narrativos y reflexivos en donde la belleza literaria, el rigor conceptual y la intuición poética conforman una insaciable inteligencia». Calasso «interpreta y traduce lo que parecía olvidado, perdido: lo actualiza y le da un sentido en los dilemas de lo contemporáneo». La oportunidad del premio es incuestionable: Formentor es un lugar mítico que concede su premio a Calasso, el escritor de los mitos.

En el prefacio de Las bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso cita a Salustio, De los dioses y del mundo: «Estas cosas no ocurrieron jamás, pero son siempre». Y añade Salustio que «los mitos imitan a los dioses, de modo afable e inefable, aparente e inaparente, sabio e ignorante». No obstante, como escribió Gonzalo Torrente Ballester en El hostal de los Dioses Amables: «los dioses clásicos se van evanesciendo según van siendo olvidados», por ello era necesario que bajaran a la tierra y se mezclaran con los mortales.

El hotel Formentor bien puede ser nuestro particular hotel de los Dioses Amables. Ciertamente es idóneo como morada de los dioses humanizados y de los mortales que aspiran a la divinidad. Las fotografías en blanco y negro que visten sus paredes y las estatuas que jalonan salones y jardines honran su memoria respectiva. «Alguien bajó a besar los labios de la estatua blanca», revela el verso de Gil de Biedma. Diríase que la deliciosa alegoría de Torrente Ballester se ha hecho realidad en Formentor.

Aristóteles ya aludía a la similitud entre dioses y hombres, excepto en una cuestión, como apunta perspicazmente Calasso, en la comida. La ambrosía y el néctar son propios de los dioses, pero nada impide a los mortales seguir el consejo de Sófocles y «hacer las libaciones de pie frente a la primera luz». Y Formentor permite esa coincidencia humana y divina.

Permítanme que concluya haciendo propio el deseo de Salustio: «que los dioses y las almas de los narradores de mitos sean propicios a nuestro discurso», como lo fueron al de Calasso, el mejor relator mítico de los últimos tiempos.