El pasado lunes comenzamos las clases en la Universidad de Alicante. Tras presentarme al alumnado de primer curso les expongo el programa de la asignatura, el sistema de evaluación y les pido que en adelante traigan a clase todos los días un ejemplar impreso de la Constitución española, advirtiéndoles que ha de ser una edición posterior a 2011 o que pueden aprovechar una anterior a ese año si imprimen aparte el texto del artículo 135, que fue objeto de reforma. Les pregunto si saben qué se reformó y en uno de los tres cursos que me han tocado en suerte para este cuatrimestre ni se aproximan a la respuesta por más pistas que les doy. Cuando les cuento que la reforma se hizo para introducir las exigencias europeas de estabilidad presupuestaria, los límites de déficit y el pago prioritario de la deuda pública, una alumna de la primera fila levanta la mano y me interrumpe para pedirme amablemente y con una sonrisa encantadora si eso lo puedo «explicar como una madre». No si lo puedo explicar de otra forma o con otras palabras, no. Como una madre, De pasta de boniato me quedé ¿Le hubiera pedido lo mismo a un profesor? Como no es mi estilo ser borde, y menos el primer día de clase, se lo expliqué con otras palabras. Pero desde entonces estoy rumiando el episodio. Podría quedar en anécdota, pero la persistente desigualdad estructural de hombres y mujeres la transforma en categoría.

Y es que, aunque las apariencias puedan llegar a engañar y a pesar de lo mucho que hemos avanzado, sigue completamente vigente la afirmación aristotélica de que «en la naturaleza un ser no tiene más que un solo destino, porque los instrumentos son más perfectos cuando sirven, no para muchos usos, sino para uno solo» y que, conforme a ese destino, los seres «deben estar adornados de las virtudes que reclamen las funciones que tienen que llenar». Dado que en la sociedad patriarcal en la que vivimos todavía el destino de las mujeres es ser madres, las virtudes que deben «adornarlas» son las propias de esa función: abnegación, sacrificio, ternura, altruismo, encontrar la felicidad haciendo felices a otros?Y se exigen a las mujeres, sean madres o no, en todos los ámbitos (político, social, laboral y profesional) y no sólo en el familiar. El entrenamiento o la doma de las mujeres comienza desde el nacimiento o, como afirmó Beauvoir, «no se nace mujer: se llega a serlo». Las cadenas son invisibles en muchos casos y se justifica su uso cuando su presencia es evidente.

Así que aquí me tienen de nuevo, tratando de desvelar y denunciar esas cadenas, a ver si nos libramos de ellas ¿me explico más o así vale?