Deben estar ustedes dos más que aburridos de leer y escuchar los nombres de Rajoy, Sánchez, Iglesias (el otro, el auténtico no nos habría importunado, bien al contrario), Rivera, Rufián y otros tantos y tantas de nuestros actores y actrices políticos que durante estos meses se han adueñado de nuestras vidas, de nuestra intimidad, para demostrar sin complejos ni pudor que el poder, las prebendas, el sueldo, las ventajas, la familia, los amigos y las amigas, el nepotismo, el enchufismo y la arbitrariedad, constituyen una placentera droga que, una vez probada, crea adicciones imposibles de vencer. No tiene cura ni remedio. Y si me lo permiten, todavía resulta más lamentable comprobarlo en aquellos y aquellas que subidos a la marea de la indignación prometieron renovar la casta, acabar con ella y, a la postre, no solo han traído caspa, sino que se han convertido en la nueva casta; no dimiten ni piden excusas pase lo que pase allí donde están presentes: ayuntamientos, diputaciones, parlamentos autonómicos o nacional. Ni tan siquiera lo hacen en sus propias organizaciones, a las que bautizaron pomposamente de horizontales y asamblearias vendiendo una falsa democracia interna que ha demostrado ser más estalinista que las dictaduras al uso. Aquí si es cierto que quien se mueve no sale en la foto. Y como el virus político que transmiten es altamente contagioso, el socialista Fernández Vara, linchado por hacer uso de la libertad de expresión, ha declarado: «Antes en el PSOE se intentaba convencer al que discrepa, ahora se le acalla». Y Rodríguez Ibarra, histórico del PSOE, de Extremadura, no de Cataluña, dice que si Sánchez forma Gobierno con Podemos, se va del partido.

Vulgares analistas políticos, presumidos sociólogos, periodistas instalados en la ubicuidad tertuliana, politólogos a distancia, adivinos a tiempo parcial y toda suerte de meritorios en busca del sueldo perdido, no han cesado de desestructurar -como la tortilla de patatas de algunos cocineros cursis- la realidad política española hasta dejarla irreconocible. Y pese a que ya ha empezado la Liga y la Champions (esta última utilizada hasta el hartazgo por el independentismo catalán con el consentimiento expreso de sus dirigentes que se escudan en la libertad de expresión para permitir un uso mezquino y excluyente de los sentimientos futbolísticos, como si en Extremadura o Andalucía no hubiera seguidores del Barcelona; ya me gustaría saber si actuarían con la misma tolerancia expresiva si fuera al revés); y pese a que la Vuelta ciclista coronó hace unos día Aitana sin despeinarse pese a que Puigdemont se niega a peinarse y cambiar de peluquero por más que el veterano Anasagasti le recomendara el suyo; pese a todo ello, no paramos de escuchar y leer de qué mal va a morir España (el Estado español para los progres). De ahí que entienda el hastío de mis abnegados lector y lectora ante tamaña iniquidad. Pero si les sirve de consuelo, yo también he tenido que recurrir al psiquiatra de guardia para tratarme este mal de políticos mediocres una vez agotadas las reservas del ungüento Cañizares que conservaba para los golondrinos de la mente.

No obstante lo dicho, tengo para mí que los españoles -incluidos catalanes, vascos y vascas- arrastran una leyenda negra que los sitúa en las antípodas de la mayoría de sus pares europeos, como si sólo aquí pudieran ocurrir las cosas que ocurren. Falso. Y pese a que estos días hemos conocido que el Tribunal Supremo investigará a Rita Barberá (quien solo fuera alcaldesa de Valencia) por presunto blanqueo de capitales -50.000 euros, a 1.000 por persona- en el PP de Valencia; y pese a que estos días hemos conocido que la Fiscalía Anticorrupción pide seis años de prisión y treinta de inhabilitación por delitos continuados de prevaricación y malversación de caudales públicos contra José Antonio Griñán (quien solo fuera presidente de la Junta de Andalucía, presidente del PSOE, ministro de sanidad y Consumo y ministro de Trabajo y Seguridad), y diez años de inhabilitación para Manuel Chaves (quien solo fuera presidente del PSOE, presidente de la Junta de Andalucía, ministro de Trabajo y Seguridad Social, ministro de Política Territorial, vicepresidente tercero del Gobierno y vicepresidente de Política Territorial); pese a las muchas causas de corrupción que asolan España, incluida Cataluña, no somos tan diferentes. Vean.

La Fiscalía de París pide que se siente en el banquillo por financiación ilegal de su campaña (¿les suena?) Nicolás Sarkozy, quien solo fuera presidente del Consejo de Europa, ministro de Presupuestos, ministro de Economía y Finanzas, ministro del Interior, Copríncipe de Andorra y presidente de Francia; y también será juzgada por negligencia en el caso Tapie Christine Lagarde, quien solo fuera ministra de Economía y Finanzas de Francia y actual directora del FMI, será. ¿Dimiten? No, renuevan. La mafia y la corrupción en el Ayuntamiento de Roma se sientan en el banquillo; el consistorio romano está contra las cuerdas por la corrupción, escribe la prensa italiana. En Austria se repetirán las elecciones presidenciales por irregularidades en el recuento de votos. ¿Se imaginan que hubiera ocurrido eso en España? ¿No? Yo sí. Nos llamarían, nos llamaríamos, país bananero. ¿Seguimos? Mejor otro día, a falta del ungüento, voy de nuevo al psiquiatra de guardia.