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Antonio Sempere

Cortometrajes

Sucede en los Festivales de Cine más potentes. En el Festival de Málaga. También en el de Sitges. Y, cómo no, en el Festival de San Sebastián, que ha arrancado este fin de semana. La culpable fue una de esas grandes empresas energéticas. Con gran predicamento entre políticos que ven en ellas una jubilación dorada después de traspasar las puertas giratorias. El caso es que a la susodicha multinacional, o lo que fuere, le dio por patrocinar eventos cinematográficos. Por contribuir a su manera a la difusión de la cultura, vía séptimo arte. Pero, ay amigos, que erraron el tiro, y con la excusa de producir una serie de cortometrajes con el tema común del ahorro energético lo que están haciendo es acabar con la paciencia de los aficionados, que nos vemos obligados a ver una y otra vez, en los citados festivales, esas «grandes obras» que alumbran, sin prisa pero también sin ninguna piedad, cada pocos meses.

Y nadie dice nada. A los festivales les viene bien el patrocinio, y a los cineastas, los ingresos. Ha estado implicada gente tan respetable como Coixet, Kike Maíllo o Rodrigo Cortés, ante los que uno no tiene más que descubrirse. Pero ello no es óbice para que expresemos en voz alta un quejido. ¿Hasta cuándo va a durar la tortura?

Cualquier aficionado al mundo del cortometraje sabe que en nuestro país, cada año, se producen centenares de nuevos títulos, y que de entre todos ellos suelen salir verdaderas joyas de muchos quilates. Sin embargo, quedan completamente sepultados en el ostracismo del circuito de festivales. O ni eso. Resulta cruel que mientras empresas como la aludida se gastan un dineral en obras francamente (seremos elegantes) prescindibles, no hagan lo propio en apoyar incondicionalmente un formato que lo está pidiendo a gritos. ¿Saben que nuestras televisiones no emiten ni un solo cortometraje al mes? Pues eso.

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