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Antonio Sempere

Ecos de Donostia

Diluvia sobre San Sebastián. La galerna no perdona. Igual que durante mis primeros años como acreditado al Festival de Cine. Hace ya veinticinco. Por aquel entonces, a la lluvia que nos sorprendía a la salida de las sesiones debíamos añadir la tensión provocada por numerosas manifestaciones políticas con final violento que tenían lugar en la Parte Vieja y el Boulevard. Más de una vez tuvimos que meternos en tascas y tabernas, esperando que amainase el temporal de las pelotas de goma.

En aquellos tiempos los cubos del Kursaal todavía no existían. Como tampoco habían llegado las nuevas tecnologías. El festival era el Teatro Victoria Eugenia, también antes de la reforma, y la sala de prensa, uno de sus habitáculos de la planta baja. El hotel María Cristina era sede de las ruedas de prensa que dirigía Luis Viyella. Y todo era bastante familiar, a pesar del glamour.

Yo escribía mis crónicas desde una sala de prensa que se asemejaba a las antiguas academias de mecanografía. Las Olivetti echaban humo. Después enviábamos los textos por fax, que nos cobraban con las tarifas de una llamada telefónica o, si había tiempo y no llovía mucho, redactaba a cobro revertido a mi agencia desde las cabinas del exterior del Victoria Eugenia.

Ya entonces, en ese lugar de ensueño, la Bella Easo, la Concha, me preguntaba cómo no se les había ocurrido en la década de los cincuenta del pasado siglo a los comerciantes alicantinos, organizar en verano un evento de estas características con tal de atraer el turismo. Eso es lo que hicieron los donostiarras. Al principio en plena canícula. De acuerdo que Alicante no era Donostia, pero en aquella época tampoco veía tan descabellada esa idea. De Madrid a San Sebastián, en tren y en 1990, se tardaban 6 horas. Casi las mismas que hoy día. Hace 25 años, de Atocha concretamente a Alicante ya se podía viajar por menos de 4. Después estaba el sol. Ese sol que tanto ayuda en los eventos que se desarrollan en la calle. Cómo hubiesen sido los estrenos en los cines Avenida de la Rambla y Monumental junto al Mercado de la década de los cincuenta, me revoloteaba en la cabeza cada vez que una borrasca me aguaba la fiesta o una manifestación se cruzaba en mi camino a las salas.

Pero nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio. Y San Sebastián celebra su edición número 64 en el marco de la capitalidad cultural europea. Y desde Alicante, como cinéfilo, solamente aspiro a que, por lo menos, el cine español que se va a exhibir en las salas donostiarras pueda exhibirse en otoño en las nuestras. No sería un premio de consolación baladí. Porque mucho me temo que La reconquista, de Jonás Trueba, no llegará hasta nosotros (su anterior obra, premiada en Málaga hace año y medio, Los exiliados románticos, se estrena en el Arniches en vísperas de Navidad). Y mucho me temo que el documental sobre Bigas Luna tampoco llegue. Ni el experimento de Isabel Coixet Spain in a day. Ni la que será película revelación indie de la temporada, María y los demás, de Nelly Reguera. Creo que los gestores culturales deberían planificar estos pases para evitar que todo este material llegue antes a TVE que a Alicante.

Hace veinticinco años, siendo ya mayor, en realidad yo era un niño. Ni había perdido la ingenuidad ni nadie me quitaba el derecho a creer que tenía toda la vida por delante. Ahora puede que no sea tan mayor como me siento. Pero sí lo suficiente como para echar la vista atrás y constatar que la vida era esto. Y que, por lo que respecta a estas tierras del sur, ya podríamos darnos con un canto en los dientes si hubiese un cauce para que el cine español llegase por conducto reglamentario (léase filmoteca, cinemateca o lo que fuere). Aunque uno lea que hay grupos políticos que rehúsan a que se rehabilite el cine Ideal y se le ponen los pelos como escarpias. Los sueños quedaron atrás. Hoy el temporal azota de nuevo San Sebastián. Pero mañana nadie les va a privar de alzar el telón del único festival con categoría A del territorio español.

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