El público que entra en la sala para ver La piedra oscura encuentra una sorpresa: la obra ha comenzado. No es un problema de impuntualidad: cuando se abren las puertas del patio de butacas, los dos actores están ya en el escenario. Uno duerme tendido en el camastro de una celda, el otro permanece sentado en su silla, estático, protegido por un fusil. Llama la atención que ninguno de los dos se mueva en todo el periodo previo en el que los espectadores se aposentan.

Pero el inicio de la función tiene hora señalada. Y es entonces cuando los personajes inician el diálogo de una de las piezas teatrales que mayor sensación ha causado recientemente en la escena española. Una celda durante la guerra civil, un republicano de algo más de treinta años herido y un joven del bando nacional que no llega a los veinte y le vigila con instrucciones de que no establezca contacto son los primeros ingredientes que comparecen. Sin embargo, la peculiaridad de la historia la adivinamos cuando descubrimos que el herido es Rafael Rodríguez Rapún, secretario de la compañía La Barraca de Federico García Lorca, de quien el poeta estuvo enamorado y de quien sufrió además un tormentoso distanciamiento.

Alberto Conejero, autor de la obra teatral, imagina con este pretexto un encuentro de ficción, basándose en que Rapún fue herido en la realidad durante un ataque aéreo y estuvo en el Hospital Militar de Santander, donde falleció en agosto de 1937. La obra, con todo, transcurre en otra situación: en una celda cántabra en la que el protagonista permanece preso y va a ser fusilado al día siguiente. Esa cuenta atrás, que el prisionero intuye, el recinto reducido, la incomunicación y la escasa luz aumentan la angustia y premura de Rapún, que recurre al joven vigilante como su única opción para salvar unos papeles. Debe vencer su reticencia, debe ganarse su confianza antes de proponerle una encomienda: «Necesito que te pongas en contacto con alguien en Madrid y que te asegures de que esos papeles no se pierden». No le habla de cualquier cosa, se trata de poner a salvo unos originales de García Lorca: «Hay poemas y tres obras de teatro. Eso no puede perderse. No para siempre. Los que vengan sabrán entenderlas», le dice. Y una de esas obras de teatro tiene un título: La piedra oscura.

Hoy se ignora su paradero, y si García Lorca la finalizó. Sí se publicaron en los años ochenta los Sonetos del amor oscuro. Primero circularon clandestinamente, luego los dio a conocer el suplemento cultural de una diario madrileño. Hoy nadie duda que el poeta los escribió pensando en Rapún. Son sonetos de un desengaño, a un amor no correspondido. Ian Gibson recordó en el prólogo a la edición de La piedra oscura de Conejero (Antígona) el testimonio de un compañero de La Barraca, Modesto Higueras, que al comentar las relaciones de Rapún con Lorca aseguraba que el primero no era gay «pero estaba cogido en esa red, cogido no, inmerso en Federico; después se quería escapar, pero no podía».

La obra teatral es una composición de emociones, una poética de la necesidad de encuentro. Es una obra mantenida con la conversación de dos soldados opuestos, de bandos enfrentados. Dos personajes que deben afrontar la opción de la complicidad, encarnados en su puesta en escena por Daniel Grao y Nacho Sánchez en una producción de La Zona y el Centro Dramático Nacional.

Tras su paso por la pequeña sala de la Princesa del Teatro María Guerrero de Madrid, La piedra oscura realizó una gira. Su programación en el Teatro Principal de Alicante le ha valido la obtención de tres de los Premios Jóse Estruch organizados por el propio Teatro -se consideran las obras de su temporada- y el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert: Mejor Espectáculo, Mejor interpretación principal y Mejor autor.

Dos días después de su comparecencia en Alicante, con sesiones que curiosamente sólo ocupaban la mitad del aforo, La piedra oscura recibía cinco Premios Max -Mejor espectáculo de teatro, Mejor director, Mejor autor, Mejor espacio escénico y Mejor iluminación- que venían a sumarse al Premio Ceres que ya había recibido Alberto Conejero, quien va acumulando distinciones por su creación literaria. El reconocimiento de la obra en los Premios José Estruch ha coincidido, además, con su reestreno en Madrid este miso mes de septiembre, en la sala Galileo.